
Mujeres esperan su turno ante la sede de la ONG Calor y Café para recoger alimentos. Foto: Lucía Rivas
En estos últimos meses se ha escuchado mucho esta frase: “La pandemia está sacando lo peor y lo mejor de cada uno”. No es obligatorio estar de acuerdo con ella, claro, pero es indiscutible que durante este periodo marcado por la presencia del virus entre nosotros, no ha faltado gente dispuesta a ayudar.
En esa lista se incluyen, por supuesto, los sanitarios, cuya labor ha sido y es justamente reconocida. También colectivos que han estado en primera línea desde siempre: distribuidores de alimentos, cajeros de supermercados, carteros, periodistas, taxistas, fuerzas de seguridad…
La lista no estaría completa sin las asociaciones, públicas y privadas, que se han ocupado de los más necesitados en todo este tiempo. Por poner sólo un ejemplo, fue encomiable ver cómo en todos los distritos de Granada se organizaron grupos dedicados, entre otras cosas, a llevar comida a las personas mayores durante el confinamiento.
La lucha no ha acabado. La crisis de la Covid-19 se ha llevado por delante muchos puestos de trabajo y amenaza con ser aún más voraz conforme pase el tiempo. En Granada hay gente desesperada que no puede ganarse la vida. Ya la había, pero desgraciadamente la cifra va en aumento. Es bueno saber que, al menos, hay gente ahí detrás para echar una mano.
Una transformación necesaria

Ana Sánchez, de la ONG Calor y Café, cuenta que, con la pandemia, han pasado de atender a 40 familias a 900. Foto: Lucía Rivas
La asociación Calor y Café se ubica en la calle El Guerra, en el barrio de la Cruz. Cada día, desde las ocho y media de la mañana, acuden allí decenas de personas buscando los productos más básicos. El aire de necesidad se palpa.
Su presidenta, Ana Sánchez, recuerda que Calor y Café nació con una intención muy distinta. “Proporcionábamos desayunos y meriendas gratis y la posibilidad de que los que venían se pudieran dar una ducha”, destaca. Ahora eso es casi lo de menos. Su función ha cambiado y reparte leche (para bebés y para adultos), aceite, patatas, cebollas, pasta, garbanzos, papel higiénico… Y también mascarillas, porque muchos de los que llegan “no tienen la costumbre de llevarla y debemos inculcársela”, comenta la jefa de un espacio donde los víveres se acumulan de forma menos caótica de lo que parece y que está decorado por dos murales de El Niño de las Pinturas.
La transformación de la asociación desde que se declaró la pandemia ha sido brutal: de las 40 familias que atendían hasta entonces, han pasado a las 900. En números redondos, unas cuatro mil personas han pasado por el local en estos meses.
Una situación que amenaza con superarles. “Nuestros recursos son limitados y lo que debemos hacer es ponernos de acuerdo todos los colectivos que nos dedicamos a esto, públicos y privados, para repartir la ayuda con orden, justicia y equidad, porque si no estamos coordinados no sabemos si hay gente que duplica o triplica, si recibe de dos o tres sitios”, explica Ana Sánchez, que por su vitalidad y dinamismo no aparenta en absoluto los 70 años que tiene.
Ha visto situaciones muy tristes, “gente que venía llorando con sus hijos, un montón de personas acumulándose en la puerta, como ochenta o noventa a la vez”, situación que les obligó a crear un sistema de recepción “porque llegaron a producirse altercados en la puerta y hasta llegó a venir la policía”, recuerda.
La nave de la esperanza
También se han vivido situaciones límite en la Fundación Banco de Alimentos, ubicada en una nave en el interior de Mercagranada. Eso se produjo, de entrada, entre los mismos voluntarios, ya que el perfil medio de las 155 personas que colaboran en la oenegé es el de una persona que rebasa los setenta. Por eso, según explica su presidente, Indalecio García Sánchez, lo primero que se vieron obligados a hacer cuando estalló todo fue recabar la ayuda de personas más jóvenes. “Se volcaron organizaciones de aquí y allá: cofrades, scouts… vinieron 149 voluntarios y eso fue fundamental, porque cuando el confinamiento empezaron a acudir a nosotros muchas asociaciones que hasta entonces no habían recurrido al Banco de Alimentos”, explica, para cifrar el incremento de actividad en un 30%
De las 39.000 personas a las que la fundación ayudaba, se ha pasado a las 50.000 de ahora. Ha sido una lucha titánica, enfatiza Indalecio García. “En marzo, con todo cerrado, un grupo de voluntarios fue capaz de repartir medio millón de kilos de comida y tuvimos la capacidad de responder a todos, a los habituales y a los nuevos. Esa respuesta ha sido clave para mantener la paz social en Granada en esos días tan difíciles”, agrega.

Manuel Marchal, voluntario desde 2016, ha sido testigo del incremento de familias que necesitaban ayuda. Foto: Lucía Rivas
Manuel Marchal, prejubilado de Endesa, empezó a trabajar como voluntario en 2016 a raíz de sufrir una experiencia traumática, la muerte de una hija. En estos cuatro años ha visto de todo, pero le ha impresionado que en los últimos meses llegara “un montón de gente, sobre todo de la zona Norte, que seguramente trabajaba en mercadillos y vivía al día, con lo justo, y que de repente se quedó si nada. Venían a montones, llenaban los coches de comida… Los que por desgracia recurren a nosotros de manera habitual se acostumbran en cierto modo a desenvolverse, pero con los nuevos la cosa es distinta. Hay muchos a los que se les ve que les da vergüenza pedir y es terrible ver cómo están cayendo en el pozo”, resume.
“Es que cuando hablamos del umbral de la pobreza –tercia Indalecio García Sánchez- nos estamos acostumbrando a dar una cifra, un porcentaje, casi con normalidad. Y cuando hablamos de que en Granada hay un 19,80% de la población por debajo de ese umbral es muy duro. Muy duro. Desde luego, si tenemos que ir a otro confinamiento es para echarse a temblar, porque eso España no lo aguanta”, augura.
¿Irá a más la cosa? Manuel Marchal no lo tiene claro. “Ahora mismo la situación se ha tranquilizado en el sentido de que no tenemos más peticiones que hace un mes, pero nos tememos que sí pueda haber un nuevo incremento en unos meses, porque habrá un nuevo escalón, porque habrá empresas que cierren”, afirma.
La fundación se prepara por si eso pasa y ha lanzado la campaña 6-100-6. O lo que es lo mismo: seis tipos de alimentos, cien toneladas al mes durante seis meses. “Eso nos puede salvar del aluvión que puede venir”, vaticina García Sánchez. Marchal asiente y añade que en ese caso es probable que puedan mantener el suministro de alimentos frescos. En cuanto a los no perecederos, eso dependerá de las campañas con supermercados y grandes superficies, que ahora han bajado “porque son muy de contacto, de cuerpo a cuerpo”.
Por último, sobre si esta crisis económica (derivada de la sanitaria, pero económica al fin y al cabo) es más grave que la que empezó en 2008, el presidente del colectivo entiende que ahora se ha producido “una caída vertical, mientras que la otra fue más paulatina”. La anterior, subraya, “incrementó la brecha social, hizo patente la debilidad de nuestro sistema socioeconómico y dejó una profunda huella de pobreza que aún no se ha superado. Creo que ésta también lo hará, en un proceso más largo”, finaliza.

Voluntarios del Banco de Alimentos ayudan en el almacén en las tareas de reparto de comida. Foto: Lucía Rivas
«Respuestas de emergencia»
Cáritas se excusa por no poder asignar un portavoz para hablar con GranadaiMedia, alegando que estamos en periodo de vacaciones, pero sí accede a compartir su balance de actividades, que arroja datos tan escalofriantes como los ya relatados: en los meses de abril y mayo creció en un 174% el número de personas atendidas por la asociación religiosa con respecto a los mismos meses del año anterior. Se pasó, en concreto, de las 3.500 a las 5.519 personas.
El colectivo invirtió en ese periodo 59.000 euros en las 10.500 “respuestas de emergencia” que activó, fundamentalmente en el terreno de la alimentación (un 62% del total), pero también en ayudas a necesidades básicas (31%), pago de alquileres o hipotecas (4%) y material escolar o medicinas (3%)
Su delegado en la diócesis granadina, Alfonso Martín, declaró en una nota de prensa que ha sido un periodo “muy difícil” en el que las parroquias “estaban prácticamente cerradas, el culto restringido y nuestros voluntarios confinados en sus domicilios, realizando la atención vía telefónica, con todas las dificultades que ello conlleva”.
En esos meses, Cáritas incrementó su servicio de cátering, gestionado por las residencias Centro Polivalente de Mayores Santa Isabel y Centro de Atención a Mayores y Discapacitados Oasis. Ese incremento en la demanda del servicio se situó en el 30%. Cáritas destaca que ambos centros “han realizado la entrega diaria de 300 comidas a personas mayores dependientes y al centro de acogida de personas sin hogar y familias en riesgo de exclusión”.
Por lo demás, la asociación incide en que hizo lo que estuvo en su mano para realizar otras labores que también son importantes, como acompañar a personas mayores que viven solas gracias a su programa Cerca de ti, que se tradujo en 1.500 llamadas telefónicas para atender las necesidades de éstas.
Igualmente, puso su granito de arena para lograr “un apoyo educativo a menores de familias en riesgo de exclusión, mediando entre el centro educativo y el alumnado “para que aquellos alumnos que no disponen de acceso a internet en sus casas pudieran recibir sus tareas por otros medios y resolver posibles dudas académicas por vía telefónica”.
Apoyo municipal

José A. Huertas, edil de Derechos Sociales, asegura que la crisis ha golpeado a todos los distritos, especialmente a Norte. Foto: L. Rivas
El Ayuntamiento de Granada, la administración pública más cercana al ciudadano, también ha dado el callo a base de bien. Su concejal de Derechos Sociales, José Antonio Huertas, pone el acento en que desde marzo se ha ayudado a más de 3.500 familias. Y apunta un dato adicional nada superfluo: el 25% de las personas que han acudido para recabar apoyo nunca antes lo había hecho. No había sido objeto de intervención social, por decirlo de forma más burocrática.
Huertas recuerda que lo primero que hubo que hacer fue atender a las personas sin hogar cuando se decretó el estado de alarma. “Reforzamos los cuatro programas que ya teníamos en marcha para ellos, pero aun así nos quedábamos cortos porque todas las plazas estaban cubiertas, así que primero activamos el centro de emergencias Paquillo Fernández y luego adaptamos el Palacio de Deportes, tras fracasar el intento de ubicar a esas personas en Fermasa”.
En los centros de emergencia fueron atendidas 298 personas, de las cuales 130 se fueron de manera voluntaria cuando se pasó a la fase 1 de la desescalada. “Prácticamente todos los demás han sido reubicados”, resalta el edil, que no obstante entiende que los casos “más dramáticos” no se dieron realmente en las personas sin hogar sino en familias “que nunca habían precisado atención y que de pronto empezaron a pasar hambre. Por ejemplo, trabajadores de hostelería que cobraban 600 euros y que tras entrar en un ERTE pasaron a cobrar 400, con lo que no tenían ya no sólo para las facturas, sino ni siquiera para comer”.
La reacción del ayuntamiento ante “una situación terrible”, continúa Huertas, fue poner en marcha programas de alimentación. Además de proporcionar siete centros para que niños becados por la Junta que comían en sus colegios siguieran haciendo cuando esas escuelas cerraron, se comenzó a repartir alimentos a domicilio a personas derivadas desde los servicios sociales municipales. “Así evitamos colas en la calle, peleas y otros conflictos”, rememora el concejal, al que le asombró mucho, por supuesto de manera negativa, que la primera semana se acogieron a ese plan 800 familias “y en la segunda ya había 1.080”. Otro dato en la misma dirección: el comedor Rodrigo de Triana, en Norte, tenía antes 50 usuarios al día. Ahora son 300.
También le llama la atención que el hambre ha golpeado en todos los distritos. “El más castigado ha sido Norte, pero el tercero ha sido Centro, lo que demuestra que ahí también ha habido gente pasando auténtica necesidad”.
El resumen económico de todo este esfuerzo extraordinario se cifra en dos millones de euros, una cantidad que se ha invertido fundamentalmente en cubrir las necesidades más básicas. Además, el ayuntamiento ha mantenido servicios esenciales como la asistencia psicológica para gente que vive sola (catorce especialistas han colaborado en esa labor), el servicio de dependencia o el de ayuda a domicilio.
El concejal entiende que si se ha podido “garantizar la paz social” en unos momentos tan complicados ha sido sobre todo “por el excelente trabajo de todos los trabajadores del área, del primero al último, que han estado mañana, tarde y noche, incluidos los fines de semana”.
Siguen en ello, de ahí que se mantenga el Plan de Alimentación, aunque ahora transformado en bonos de 50 euros por persona para las familias más necesitadas, y en las tarjetas monedero que proporciona Cruz Roja a personas derivadas por los servicios sociales.
El responsable de la concejalía entiende que en líneas generales “se ha hecho un gran trabajo” y que si volviera la vista atrás “a lo mejor cambiaríamos algo en las formas, pero no en el fondo”. Sostiene que el periodo más difícil “ya ha pasado” y que, aunque las fatigas continúan, la “apuesta” del ayuntamiento por la reactivación económica logrará que mejore la situación en esta nueva realidad, que él se niega a llamar nueva normalidad “porque esto de normal no tiene nada”. Mientras, queda convivir con un virus que se niega a irse y “continuar al pie del cañón”.
Sería bueno crear un comedor social para que los excedentes de los supermercados diesen soluciones al problema actual y todos los que estamos parados y somos cocineros etc podamos aportar un poco. Dar una solución a esto y la verdad viene peor la situación.
Ayudemos y seamos útiles
Santy