Se requiere buena presencia, no ser modelo

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El profesor José Luis Moreno Pestaña. Fotos y vídeo: Lucía Rivas

José Luis Moreno Pestaña (Linares, 1970), es un profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Granada que se ha pasado casi dos décadas estudiando cuáles son las condiciones sociales por las que la gente enferma de anorexia y bulimia. En el año 2012 dio un giro a sus investigaciones para relacionar cómo afectaban al desarrollo de esas enfermedades las exigencias corporales para acceder al mercado de trabajo. En su momento, los resultados de sus pesquisas se publicaron, y aquel libro, La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios, hablaba del infierno que para algunas trabajadoras había supuesto el cumplimiento de unas condiciones estrictas, fundamentalmente la de tener una morfología corporal específica, para tener trabajo.

Ha pasado casi una década de aquello, pero la situación, por desgracia, no ha variado. El profesor tampoco ha cejado en su empeño por denunciar lo que le parece intolerable y gracias a su empeño, y también al de la UGR y el sindicato Comisiones Obreras, ese estudio inicial ha vuelto a ver la luz, de forma más resumida y accesible, con el título de Informe sobre discriminación corporal en el trabajo

¿Puede ser el cuerpo una calificación exigida en un puesto de trabajo?, pregunta en la introducción de esa publicación Nuria López Marín, secretaria general de CCOO en Andalucía. El autor del libro entiende que, salvo en casos puntuales, como los bomberos o los policías, las cualidades estéticas «no deben ser una condición de acceso». Aunque «en una sociedad democrática nosotros decidimos qué cualificaciones se quiere promocionar», puntualiza que «si se impusiera la idea de que los requisitos estéticos son necesarios, las empresas deberían proporcionar condiciones de trabajo que permitieran a esos trabajadores mantenerse en condiciones saludables, con deporte o determinadas comidas para que puedan cuidar su cuerpo de manera sana». Lo que no puede ser de ninguna manera, subraya, es que esas empresas «exijan requisitos de actrices y ofrezcan a cambio condiciones de trabajo de proletarios del siglo XIX».

Ajustarse a los cánones o quedarse fuera

Esta especie de dictadura de la apariencia física afecta a bastantes oficios, pero en especial a modelos, azafatas, artistas, periodistas de televisión, camareros o dependientes de tiendas. Y entre quienes la sufren son amplísima mayoría las mujeres. «El cuerpo es signo de distinción», refleja Moreno Pestaña en su estudio, y remarca que eso ya de por sí es reprochable, pero aún más lo es que esas personas tengan que padecer una serie de sacrificios: comer menos para no engordar, eliminar las varices para lucir mejor las piernas o, en definitiva, hacer cualquier cosa para «poner su cuerpo al servicio de la actividad laboral». 

Uno de los problemas con el que se topa quien quiera denunciar esta situación (tan presente en Granada como en Madrid, Barcelona o Las Palmas) es que está muy extendida la idea, hasta el punto de que se da por cierta, de que, para desempeñar determinados empleos, la imagen es fundamental. 

En la entrevista que concede a GranadaiMedia, el profesor rechaza de plano que para poner copas tras una barra o vender ropa en una tienda deba primar el aspecto físico. Sí ve necesaria la «buena presencia» que siempre se mencionaba en los anuncios por palabras, pero entiende que eso «debe consistir en que vayas bien aseado, lo cual no tiene discusión». Otra cosa es «exigir a alguien una morfología corporal o una ropa que la sexualice hasta la incomodidad. Es muy distinto. La buena presencia puede venir unida a códigos de vestimenta presentes en todas las profesiones. La sexualización abusiva es la utilización de ciertas características, básicamente de mujeres, para convertirlas en una mercancía con la que favorecer beneficios empresariales», afirma.

Responsabilidad empresarial

 

¿Cuál es, en ese caso, la responsabilidad de la empresa que contrata o no en función de la morfología corporal y que, como también se enfatiza en el estudio, relega al almacén o a la cocina a las vendedoras o a las camareras que no consideran con un físico adecuado para estar delante del público? Para el autor del estudio, «el derecho del trabajo dejaría de tener sentido si se considerara que un contrato de trabajo se produce entre dos personas en una situación simétrica. La persona que está en una situación más débil y perjudicada por presiones es el trabajador. La cuestión de que la empresa sea privada y puede hacer lo que quiera no vale. Hay leyes contra la discriminación corporal y tienen que cumplirlas también los empresarios, como cualquier ciudadano».

Para velar por ese cumplimiento, advierte, deben funcionar los sindicatos y los investigadores sociales, a quienes corresponde denunciar las situaciones anómalas que observen. Y no excluye de la tarea a las administraciones públicas «porque tienen la obligación de proteger a las personas vulnerables». 

No es nada fácil revertir esta situación y acabar así con el problema. Son muchas las mujeres que aceptan esas reglas del juego porque inicialmente les pueden hasta gustar (ésas son las menos, claro) o porque, y eso es mucho más común, necesitan trabajar. Son muchas, también, las que están empleadas en condiciones salariales muy precarias y en sitios donde es impensable plantearse siquiera montar un comité de empresa, porque eso se traduciría en despidos fulminantes. Las empresas, en cambio, sí pueden alegar que la camarera a la que obliga a estar toda la jornada con tacones o luciendo escote, sabía que eso era lo que había antes de decir que sí. 

Escoger libremente… o no

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Las tiendas y los bares están entre las empresas donde se dan más estas situaciones. Foto: Lucía Rivas

A todo eso responde José Luis Moreno Pestaña: «Cuando de tu decisión depende trabajar o vivir muy mal, eso no es escoger libremente», incide, y añade que, aunque hay personas «que pueden tener un momento de goce ligado a su exhibición corporal y les enorgullece ser seleccionadas porque son bellas, cuando sienten que su cuerpo va deteriorándose, que son objeto de acoso y que aparecer con esa estética les requiere un esfuerzo en su casa, notan que la situación se va ensombreciendo. Están en su derecho -continúa- de cambiar de opinión, porque en muchos lugares  la exhibición física se acompasa mal con el esfuerzo físico, similar al de un proletario. Son trabajadoras que tienen que descargar cajas, subir ropa… Al cabo de un día hacían 25.000 pasos (sonríe, sabedor de que ha exagerado un poco) y hacían un esfuerzo enorme. Así que hablamos de exigencias físicas enormes para personas que cobran sueldos muy modestos».

Sobre la extrema dificultad de denunciar su situación cuando tienen un empleo precario, el catedrático asiente. Esos casos son muy diferentes al de una camarera de un casino de Las Vegas (Estados Unidos) a la que sus empleadores despidieron por negarse a servir las consumiciones subida en unos patines, como hacían sus compañeras. En aquella ocasión, una abrumadora mayoría de clientes le dio la razón a ella porque tenían claro que hacía bien su labor y que eso era lo que realmente les importaba.

También hay ejemplos en España: las trabajadoras sanitarias de una cadena de clínicas privadas que, en el año 2008, protestaron abiertamente (y se ganaron amplio eco mediático y la razón por parte de los tribunales) porque se les obligaba a trabajar con falda corta. Ellas, reflexiona el filósofo, pertenecían a un gremio «fuerte y con organizaciones sindicales bien asentadas», algo que no ocurre en muchos otros lugares «donde existen esas presiones y las decisiones quedan al albur de los empresarios». 

Por lamentable que parezca, ese tipo de comportamientos «no son ilegales, porque ahora mismo no hay legislación precisa sobre eso», apunta Moreno. «La atención al público requiere un decoro que tiene que ver con la higiene o la comunicación con los demás, no con la cosificación del cuerpo femenino».

Moreno Pestaña espera que su estudio sirva, en primer lugar, «para que emerjan los problemas, que muchas veces las personas viven de manera privada». A partir de ahí, a un segundo paso: que controlar que esos excesos «se contemplen en los convenios colectivos» y que, más pronto que tarde, «se vacíe la actividad profesional de todo lo que sea una sexualización denigrante para las personas, que no tienen que ser como las modelos para realizar su tarea de forma extraordinaria. Eso es lo que se le debe pedir. El resto sobra», concluye.

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