Llegó a haberlos a patadas, en todos los barrios. La espita la abrió en 1939 el Palermo, que estaba en la Acera del Darro, y después llegaron, por citar algunos, Alameda, Tívoli, Rex, Río, Goya, Colón, Bellavista, Azul, Las Torres, Central, Nevada… Fueron cayendo, fueron cerrando, y cuando en 2016 le tocó el turno al que supuestamente era el último, el multicines Los Vergeles, algunos pensaron que ese era el fin de los cines de verano en Granada.
Pero no. Cuando eso ocurrió, otros habían cogido el testigo. No eran salas propiamente dichas, pero sí lugares donde mantener una tradición que tiene mucho de liturgia. El paso del tiempo no puede con ellos, ni tampoco las modas. Ni siquiera la pandemia, que ha dañado mucho más a los cines convencionales. La costumbre continúa y los que la siguen lo agradecen.

Fachada del cine de verano Los Vergeles, que desapareció en 2016. Foto: GranadaiMedia.
«¿Que si me siento un superviviente? No, no, yo lo que soy es un pionero», exclama Juan Güeto justo antes de estallar en una carcajada. Él es el encargado de la Muestra Internacional de Cine al Aire Libre que puso en marcha hace 19 años el Museo de las Cuevas del Sacromonte. Desde entonces, y salvo en el fatídico 2020, allí ha habido cine de verano, cine al fresquito, como lo han popularizado los asiduos.
Este verano es el que más cine va a proyectar, porque la temporada empezó en junio y se mantendrá hasta principios de septiembre. El recinto se ha tenido que adaptar a las circunstancias y ahora el aforo está limitado a 150 personas. Para compensarlo, explica Güeto, «una misma película se proyecta dos veces en la misma semana, martes y jueves».
Recuperar lo que no se llegó a perder
Cuando ideó el proyecto, tenía muy claro cuál era el «concepto» que perseguía: «Recuperar, aunque en realidad no se ha perdido nunca, el cine de verano que hemos vivido, donde nos hemos criado muchos». Él lo hizo en uno que había en el Camino de Ronda, donde se proyectaban sesiones dobles y que, recuerda, llamaban el cine de las mantas.
Opina que el cine de verano no está en vías de extinción sino más bien todo lo contrario, que ahora «va a vivir mejores tiempos porque las circunstancias sanitarias aconsejan más las actividades al aire libre». Eso va a hacer que subsista, como también el hecho de que la gente responde año tras año. Las sesiones se están llenando.
A la hora de programar, el cine del Museo de las Cuevas del Sacromonte tiene como criterio escapar de «los grandes éxitos de ayer y hoy» y apostar por «películas recientes pero que funcionan mejor en los circuitos paralelos». Dentro de eso, cabe de todo: animación, documentales, películas del Oeste, títulos de países poco pródigos en las carteleras habituales… «Todo eso nos permite conocer otras cosas, otros ambientes, otras historias sociales. Ofrecer cultura, en definitiva».
Ejemplos de lo anterior: en agosto se van a proyectar allí cintas como la palestina Gaza mon amour, la brasileña El canto de la selva o la japonesa Mirai mi hermana pequeña.
Cines sin fecha de caducidad
¿Desaparecerán antes las salas tradicionales? Güeto no sabe qué pensar, porque reconoce que tienen mucho más poderío, pero también que él mismo lleva «un año y medio sin ir a ese tipo de cines, y no porque no los haya buenos, porque aquí en Granada está el Madrigal».
Recomienda pasarse por su cine veraniego y además llegar «prontito» porque las entradas, que se venden a cinco euros, no son numeradas. Pero ese precio, especifica, no incluye sólo la película sino también un agradable paseo de ida y, sobre todo, de vuelta. «Aquí viene gente que nos cuenta que se lo toman como una excursión, que luego bajan siguiendo el curso del río, con el fresquito de la noche… Es un poco tomarte la vida con menos prisas, y eso nos gusta», concluye.

El cine de verano que organiza el Museo Cuevas del Sacromonte se proyecta en un paraje precioso. Foto: MCS.
También va adquiriendo solera con los años el CineMaPlaza, que depende de la Fundación CajaGranada y que empezó su andadura hace aproximadamente una década. En la Plaza de las Culturas, donde este mismo organismo también programa festivales de música, hay un patio de butacas para 200 personas. La pandemia también le ha pasado factura, porque ahora se ha restringido el aforo y hay más distancia entre los asientos, pero no ha impedido que haya habido proyecciones ni el año pasado ni éste.
Antonio Camacho, director de Comunicación de la fundación, destaca que la programación la eligen los responsables del CineMaPlaza y que se busca «que sea variada». Eso ha incluido «ciclos de películas oscarizadas, de misterio, taquilleras o de cualquier otro tipo». En julio pasaron por allí las recientes Yesterday, Parásitos o La trinchera infinita y en agosto le tocará el turno a cintas como Érase una vez en Hollywood o Dolor y gloria.
Llenazo todas las noches
El resultado siempre ha sido el mismo: «el cine lleno y gente que se queda fuera porque ya no hay más plazas». Y en esa excelente acogida influye que la entrada es gratuita, aunque también es cierto que en este 2021 se cobra un precio simbólico: un kilo de alimento no perecedero que va a parar al Banco de Alimentos de Granada. «Pensamos que era nuestro deber colaborar con esa institución en un momento en el que tanta gente lo está pasando mal», justifica.
Respecto a la supervivencia del formato, Camacho cree que las salas cerradas volverán «porque la situación terminará por normalizarse cuando todos estemos vacunados», pero aun así el cine de verano «seguirá existiendo». Desde luego ahora lo hace porque, entre otras cosas, «el aliciente del aire libre da mucha confianza».

Sesión en la Huerta San Vicente, frente a la casa donde vivió García Lorca. Foto: Gegsa.
La tercera pata de este banco de supervivientes es para las Noches de Cine en Huerta San Vicente, que organizan la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Granada, la empresa pública Grandes Eventos Granada (más conocida como Gegsa) y la entidad Huerta San Vicente, dependiente también del consistorio granadino.
El cine llegó al parque García Lorca en el año 2012 y le ha dado vida las noches de julio y agosto desde entonces. El programa suele empezar justo cuando termina el Festival Internacional de Música, «es una especie de relevo cultural», señala José Luis Carmona, responsable del área de Cultura de Gegsa.
Cultura con mayúsculas para todos
El papel que juegan estas Noches de Cine es «programar películas que no están en el circuito comercial más claro, porque para eso ya hay muchas salas. Nos orientamos más a éxitos de todos los tiempos, a potenciar la calidad con películas que puedan contentar a todos», incide, para añadir que en ese lote caben «infantiles, musicales, bélicas o, en general, de todos los estilos».
Son films, en muchos casos, bastante conocidos. En su programación, en los últimos años, han entrado obras de Billy Wilder, Woody Allen, Ernest Lubitsch o el West side story de Robert Wise y Jerome Robbins. Historias que casi todo el mundo ha tenido la oportunidad de ver y que han sido habituales en ciclos de cine clásico de los que programa la televisión pública, pero que en el parque «se pueden ver en pantalla grande, lo que es una ventaja añadida tanto para personas que no han visto esas películas como para los que sí lo han hecho pero en un formato más pequeño», continúa Carmona.
La respuesta del público, como en los casos anteriores, está siendo muy buena. El aforo, este año, se ha limitado a 150 personas, que por cierto se han dispuesto en la explanada de acceso a la casa, entrando desde la calle Arabial. Los cinéfilos «suelen llegar con bastante antelación porque la entrada es gratis y las sillas no están numeradas».
Al igual que pasa en la Plaza de las Culturas, allí ha habido veces que algunos se han quedado fuera por falta de espacio «o se han apalancado junto a un árbol o donde han podido», bromea el programador cultural. También entiende que el público se siente más cómodo allí que en un espacio cerrado «al igual que también está mejor en la terraza de un bar que en el interior». No obstante, Carmona quiere «romper una lanza en favor de los empresarios de cines, teatros y demás establecimientos que están haciendo un gran esfuerzo por mantenerse y cumplir con todas las medidas de seguridad».
Por lo demás, coincide con los otros entrevistados en que ir al cine de verano es algo más que ir a ver una película. «Muchos nos hemos criado en un cine de verano, ir a ellos con nuestros refrescos y nuestros frutos secos es parte de la liturgia de los veranos, es algo que llevamos en nuestro ADN cultural y que, encima, lo estamos transmitiendo a la nueva generación. Por eso son espacios que siguen muy vivos y seguirán estándolo», finaliza.
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