Comunidades para aprender y transformar

Las comunidades de aprendizaje cumplen diez años de trabajo en los colegios de Granada, un periodo en el que se han notado avances significativos en inclusión social. Algunos centros han perseverado en el modelo, otros han tirado la toalla. Analizamos la evolución en dos centros del distrito Norte: Padre Manjón y Escolapios Cartuja.

comunidades de aprendizaje en Granada, distrito Norte

En los colegios del distrito Norte conviven niños de numerosos países de origen. Fotos y vídeo: Lucía Rivas

Transformar la realidad socioeducativa de la escuela y su entorno con el foco puesto en el éxito escolar es el objetivo principal de las comunidades de aprendizaje. Proyectos de innovación educativa que tienen en Andalucía unos diez años de recorrido y que, ante su avance, la Junta de Andalucía decidió regularlos en 2012. Su rasgo distintivo es «ser un centro abierto a todos los miembros de la comunidad en el que se contempla e integra, dentro de la jornada escolar, la participación consensuada y activa de las familias, asociaciones y voluntariado, tanto en los procesos de gestión del centro como en los del desarrollo del aprendizaje del alumnado».

Desde su creación, hace ahora justo una década, más de diez colegios de la capital granadina han desarrollado proyectos y actividades contemplados como propios de una comunidad de aprendizaje. En su día, el que probablemente más descolló fue el Luisa de Marillac, en Rey Badis. Ahora, fuentes de ese centro educativo reconocen que no está en esas tareas. En el mismo distrito, los más activos y con más iniciativa son el Padre Manjón y el Escolapios de Cartuja, ambos concertados, la oferta educativa que prima en el distrito Norte de Granada. En el resto de la ciudad también participan de la iniciativa el Victoria Eugenia, en La Caleta; el José Hurtado, en el Realejo, o el Gómez Moreno, en el Albaicín.

David Betoret, director del Padre Manjón, explica que la gestación de estas comunidades se produjo en Cataluña, donde Ramón Flecha, un profesor que trabajaba para la Universidad Autónoma, puso en marcha lo que se llamaron tertulias dialógicas y aprendizaje dialógico. «Lo que plantea este tipo de aprendizaje es que el alumnado tendrá más posibilidades de progresar si aumentamos la diversidad en el aula. Cuanto más heterogéneos y diferentes niños con los que se relaciona, mejor», explica.

 

«Si hay diversidad cultural, mejor» para la comunidad de aprendizaje

A través de esos diálogos, continúa, «se potencian las situaciones en las que los alumnos puedan interactuar. En las aulas se evitan guetos, alumnos que tengan todos las mismas capacidades, muchas o pocas. Si hay diversidad cultural y funcional, mejor».  Para eso, lo ideal es «distribuir el aula de manera que se potencie esa interacción» y también facilitar por parte del docente, que el escolar tenga que hablar con  el compañero y entre dos, tres, cuatro, tengan que averiguar la solución al problema que se les plantee». Todo ello, bajo el paraguas de ciertas normas: «Nunca imponer, siempre argumentar las ideas. Establecer una relación de valor, no de poder, que el niño demuestre que tiene unos argumentos y sepa exponerlos». Todo, asimismo, contando con la colaboración de las familias y el entorno más cercano del estudiante, a los que se les permite «que entren, participen e interactúen».

¿Favorece eso la inclusión? ¿Impide el rechazo? Betoret entiende que si se intenta en un contexto con mucha diversidad «ya hay un paso ganado», mientras que en otro donde no la hay, el esfuerzo será mayor. «Puedes encontrarte con los dos extremos: un colegio en un entorno muy marginal con sólo un tipo de población que acude, lo cual es un problema porque no hay diversidad. En el otro extremo, un centro elitista, ocurre lo mismo. En los dos casos habría que favorecer esa inclusión, pero costaría más que en un aula con tres o cuatro culturas diferentes, alumnos con necesidades especiales…», detalla.

E insiste: cuanto más heterogéneo sea el entorno, mejor. «La diversidad cultural debe convertirse en un factor de motivación para alumnos, Si hay diferentes niveles socioeconómicos dentro de un mismo colegio, se podrá conseguir con más facilidad que los niños interactúen entre ellos, que se rompan los estereotipos y que, fruto de esa convivencia, aprendan más unos de otros. Y cuando surja el estereotipo, no en la escuela sino en casa o en la calle, que el niño pueda decir del otro que ni sabe dónde vive ni conoce su historia, pero sí que no tiene ningún problema con él».

Tertulias dialógicas y biblioteca tutorizada

En el Padre Manjón, donde estudian unos 500 niños, se desarrollan dos iniciativas asociadas a una comunidad de aprendizaje. En las tertulias dialógicas, al menos una vez por semana, se elige un libro, prioritariamente clásicos universales, y los chicos, antes de empezar la tertulia, deben leer el trozo que les haya mandado el maestro. Tienen que anotar frases o párrafos que les llamen la atención y decir por qué quieren compartir eso con los demás. «Se comparte sin juzgar. El profesor sólo modera y el alumno lee y luego explica sus motivos, que a lo mejor remiten a experiencias personales, a lo que le recuerda de su vida. Y entonces es cuando otros intervienen y dicen que a ellos también, y así se establece el diálogo.

David Betoret colegio Padre Manjón Norte

David Betoret, director del colegio Padre Manjón.

La otra actividad es la biblioteca tutorizada, en la que también participan voluntarios externos (fundamentalmente estudiantes universitarios). «Los voluntarios aconsejan y apoyan al alumnado en el estudio, pero que no se limitan a aclarar dudas a la manera tradicional, sino que intervienen después de que los grupos de tres o cuatro alumnos intenten primero solucionar los problemas. O también sucede que esos voluntarios ayudan a niños de quinto curso y éstos, después, echan una mano a los de tercero. Es otra forma de crear interacciones y una actividad que con la pandemia, por desgracia, hemos cortado. Nos centramos en alumnos de una misma clase y hemos limitado la llegada de personas de fuera».

Para el director del colegio,  lo que se consigue es «mucho más importante» que la educación reglada, las notas y demás. «Se trata de que seamos capaces de generar en el alumno una persona crítica, con curiosidad y que responda a una pregunta con lo que sabe, generarle el interés por conocer y por pensar, debatir, confrontar ideas», concluye.

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Interior del colegio Padre Manjón, en la Avenida de Pulianas.

Una comunidad educativa con familias activas

Ana Pilar Gómez, directora académica del colegio Escolapios de Cartuja (antiguo Luz Casanova), también en el distrito Norte, hace hincapié en que esos métodos (al igual que el Padre Manjón, allí también hay biblioteca tutorizada y se hacen tertulias dialógicas) han conseguido crear «una comunidad en la que todos participamos en el proceso de enseñanza y aprendizaje», porque las familias se integran en la vida del centro. «Creo que estamos cumpliendo los objetivos de mejorar el rendimiento académico y favorecer la inclusión. El alumnado ha ido obteniendo progresivamente mejores calificaciones (el fracaso escolar en Norte era y es un problema importante) y accediendo luego al mercado laboral o continuado sus estudios con una mejor formación», cuenta.  

Es un colegio en el que los chicos tienen, para muchas cosas, voz y voto y participan en la toma de una serie de decisiones que se adoptan de manera asamblearia. Se ciñen, por lo pronto, a una norma básica: Mírame, háblame, trátame y escúchame como te gusta que lo hagan contigo.  A partir de ahí, con esos cimientos, funcionan y se esfuerzan día a día «para ser gigantes». 

Gigantes es el título de un cuento, escrito por Ana Pilar Gómez e ilustrado por Enca Fernández, que habla de la vida en el colegio. A través de sus personajes, intenta motivar a los alumnos. Fueron ellos los que crearon el decálogo de reglas para ser un gigante: se debe ser amable, educado, compartir, ayudar… Y al final del camino hay un premio material, la gigantolina, que se otorga a los que más se han acercado a ese ideal. Lo mejor de todo, prosigue la profesora, es que son también los escolares los que deciden quiénes han reunido esos méritos. «En el último trimestre, los de cuarto de ESO decidieron que no merecían esa gigantolina. No hay envidias por ese motivo», recalca. 

El lema por bandera, dentro y fuera del colegio

En el Escolapios Cartuja estudian 310 niños de 25 países de origen. El director titular del centro, Isidro Jiménez, explica que su «programa de transformación social» busca no sólo que el barrio entre en el colegio, sino que el colegio llegue al barrio. De ahí que el lema Mírame, háblame, trátame y escúchame como te gusta que lo hagan contigo se puede ver en el centro de salud, la parroquia más cercana, el centro cívico… Jiménez define el Escolapios Cartuja como «un oasis, un lugar donde los niños saben que de puertas para adentro no se pega, que se dialoga, que están seguros. Nos queda llevar esa transformación fuera», admite. 

Escolapios Cartuja antiguo Luz Casanova comunidades de aprendizaje en Granada, distrito Norte

Un aula del colegio Escolapios Cartuja, antiguo Luz Casanova, también en el distrito Norte.

Para el docente, el plus que aporta la comunidad de aprendizaje es el concepto de red. «Ya no se entiende un colegio con un método educativo aislado. Nuestros niños están aquí unas horas pero luego participan de actividades por la tarde en el centro cívico o van a alguna asociación que apoya tareas escolares. Si todos vamos en la misma línea educando, el efecto será multiplicador y potenciador».

El proyecto, matiza, exige «mucho esfuerzo, muchas horas extra del profesorado, mucha formación… Al final eso va pasando factura, esto es una carrera de fondo. Podemos mejorar cosas a corto plazo, pero la mirada está puesta en doce o catorce años y estamos en una continua transformación y puesta al día, porque aquí  hay niños que vivieron en nuestras normas y ya no están, pero han entrado otros que no han vivido este proceso participativo», finaliza. 

Escolapios Cartuja, antiguo Luz Casanova

Isidro Jiménez y Ana Pilar Gómez, director titular y directora académica del Escolapios Cartuja.

Mejoras en la inclusión del alumnado gitano

En Norte, como se sabe, hay una significativa población de etnia gitana, que participa obviamente de esas actividades de las comunidades de aprendizaje. Gracias a esos métodos participativos «se ha mejorado la socialización del alumnado y también sus resultados académicos», afirma Luisa Fernández, orientadora educativa de la Fundación Secretariado Gitano

«La participación de los padres es mayor, los chicos han conseguido elevar bastante su autoestima y el absentismo escolar, que era y es un importante problema, se ha reducido y lo habría seguido haciendo de no ser por el repunte provocado por la pandemia, que por lo demás ha afectado a todos los colectivos en ese aspecto», resalta la profesional, que no obstante pone el acento en que «queda muchísimo por conseguir, no sólo en esas comunidades sino en todo el sistema educativo, porque todavía, para la comunidad gitana, siguen pesando mucho los prejuicios y persiste una falta de reconocimiento educativo de la cultura gitana. Cuando no estás reconocido en tu escuela, eso hace mella en la población, remacha. 

Aclara que, en estas cuestiones, es importante la terminología. «No me gusta hablar de integración, prefiero hablar de inclusión. Si estoy incluido es que estoy bien y la gente me acepta culturalmente como soy. Integración, en cambio, implica que mi cultura tiene algo malo y debo empaparme de la mayoritaria. Es como cuando se habla de la tolerancia. El hecho de tolerar implica que el otro está haciendo algo malo y yo me aguanto, así que es mejor hablar de respeto». 

Luisa Fernández Fundación Secretariado Gitano Granada

Luisa Fernández, orientadora educativa de la Fundación Secretariado Gitano.

Ya puestos, a lo mejor es aún más completo hablar de convivencia que de inclusión. A diferencia de lo que ocurría hace 40 años, ahora no sólo hay en las aulas gitanos y payos, también escolares de muy diversos países y culturas con los que debe haber relación. Eso será lo mejor, porque los contactos entre culturas enriquecen. La orientadora lo asume, por supuesto, y aboga «por la empatía y la aceptación de todos con todos», y por supuesto por la eliminación de unos estereotipos que ahora no sólo estigmatizan a los gitanos. 

«Los niños nacen puros, pero luego…»

«Los niños nacen puros, pero luego crecen y reproducen lo que ven en casa y en su entorno. Adquieren los prejuicios por conversaciones de los padres, de los hermanos mayores… Precisamente tenemos una campaña llamada Los prejuicios son las voces de otros, que se basa en lo que escucho de otras personas y cómo lo interiorizo», continúa Luisa Fernández, que entiende que, de cara al futuro, hay motivos para ser optimista y otros para no serlo. 

«Es verdad que la convivencia multicultural, si la vives como algo normal, los niños la van normalizando. Pero es muy importante lo que la familia y el entorno próximo opinen. Ahora vivimos un retroceso en muchos ideales políticos y hay casi un odio al inmigrante, mensajes muy negativos. Son tendencias que se van agrandando y eso cala en la sociedad. En esta pandemia, los grupos desfavorecidos que se consideran de la sociedad mayoritaria ven a los otros desfavorecidos como una amenaza, porque piensan que les quitan sus ayudas. Porque el mensaje que algunos políticos difunden es que el inmigrante ocupa lo que te corresponde, que los españoles primero… Eso cala en personas que no tienen un buen criterio formativo y piensan que lo que les pasa es culpa de los otros. Los niños de ahora han crecido en democracia y no valoran la pérdida de la libertad porque han vivido en libertad», remata.

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