Además de la basura orgánica, a la que podríamos llamar la de toda la vida, la gente ya está muy familiarizada con la de los plásticos y envases, la de los cartones y papeles y la de el vidrio. En su casa, siempre que las separen, se pueden guardar en cualquier sitio. En la calle se depositan en distintos contenedores: el gris para la orgánica, el amarillo para los plásticos, el azul para el cartón y el verde para las botellas.
¿Revolucionará las vida cotidiana de los granadinos un quinto recipiente, un contenedor de otro color? Es de suponer que no, que la gente no se va a liar por tan poca cosa. Hay países europeos donde tienen siete u ocho. Será cuestión de acostumbrarse, hacerse a la idea de que no tendremos cuatro recipientes, sino cinco.
Ese quinto es de color marrón. En Granada todavía no pueden verse, pero ya estarán familiarizados con ellos los que en los dos últimos años hayan visitado las comunidades de Cataluña, Madrid, País Vasco, Navarra o Valencia. Aquí ya hay 38, pero no son visibles sino que están en el interior de restaurantes, centros comerciales, hospitales y hoteles, así como en el mercado de San Agustín y en Merca 80. Se han puesto allí como una especie de plan de ataque, para ver cómo funcionan. Pero a lo largo de 2022 se irán popularizando y, para cumplir con una directiva europea, en el año 2024 ese quinto cubo estará normalizado, como los demás, en las vías públicas.
El contenedor marrón sirve para albergar restos de alimentos: piel de fruta, pan duro, espinas de pescado, cáscaras de huevo, posos de café… Es lo que se conoce como biorresiduo domiciliario y sirve para crear compost, que se usará posteriormente como abono para tareas de jardinería y agricultura.
Cada persona produce 170 kilos al año
Esos residuos componen el 37% del total de los restos orgánicos de la basura diaria, según los estudios. Cada persona produce 170 kilos de ese tipo de desechos al año y darles un segundo uso es importante. Por ejemplo, en Huesca, a fecha de marzo de 2021, los 60 contenedores marrones allí ubicados recogieron más de un millón de kilos de biorresiduo domiciliario. De ellos se obtuvieron 370 toneladas de compost y, de camino, se redujeron las emisiones de CO2 a la atmósfera en 11.150 kilos. Si se tiene en cuenta que Huesca tiene 52.463 y Granada capital 233.648, una extrapolación nos dibujaría una sonrisa de oreja a oreja.

Una trabajadora del Hotel Barceló Congress vacía una bolsa de biorresiduo domiciliario delante de dos operarios de Inagra. Fotos: Lucía Rivas
Los primeros pasos dados en Granada invitan a un cierto optimismo, ya que en sus tres primeros meses de vida, esos 38 contenedores que se han instalado han servido para generar 80.000 kilos. Son, según explica el concejal de Medio Ambiente, Jacobo Calvo, la «avanzadilla» de lo que vendrá después, una «experiencia piloto» para calibrar el impacto de la nueva medida, «valorar el nivel de compromiso y concienciación» de los hasta ahora implicados y, lo que considera aún más importante, «generar el hábito entre la población, cosa que no es nada fácil».
Por lo pronto, es imprescindible que los usuarios entiendan que los contenedores marrones no son para todos los restos orgánicos, que allí no tienen cabida pañales, compresas, toallitas húmedas o colillas. Pero como asumir eso de golpe no va a ser sencillo, por lo pronto, a los instalados hasta ahora no se accede libremente, al contrario de lo que sucede con los de vidrio o cartón, sino que los encargados de reciclar el biorresiduo domiciliario tienen una tarjeta lectora que les permite abrirlos. «Eso es para asegurarnos de que allí sólo va lo que debe ir», apunta el edil.
Concienciar y generar hábito del contenedor marrón
La implantación en el conjunto de la ciudad irá precedida, como es razonable, de una campaña de concienciación a la que se le quiere dar bombo y platillo, pero que en cierto modo ya ha comenzado. Casi 3.000 alumnos de 60 colegios de Granada participan en la iniciativa ‘Lo orgánico ya tiene color’, en la que aprenderán a hacer compost. Por supuesto, luego irán a sus casas a difundir lo aprendido… y a adoctrinar a sus mayores. Como debe ser. ¿Cuántos padres no habrán aprendido a reciclar gracias a la insistencia de sus hijos?
¿Será difícil acostumbrarnos? Entiende el responsable del área que «lo que se practica mucho, se termina aprendiendo». Y pone como ejemplo que ahora ya nos hemos habituado a ponernos el cinturón de seguridad porque a los más remisos, cuando no lo hacen, el coche les avisa con un continuo pitido.

Presentación en un colegio de Granada, el pasado 27 de octubre, de la campaña ‘Lo orgánico ya tiene color’, auspiciada por el Ayuntamiento de Granada. Foto: J. Algarra
Una vez adquirido el hábito, otro problema que se encontrarán bastantes granadinos es el de la falta de espacio en sus casas, porque no todos viven en pisos de 200 metros cuadrados. Jacobo Calvo lo admite y de hecho no le parece demasiado bien que los nuevos bloques de pisos que se están haciendo en zonas como La Chana o Albaida «tengan un enfoque urbanístico en el que se buscan espacios más iluminados para aprovechar la luz exterior y estén ligadas a un concepto basado en la sostenibilidad y la eficiencia, pero sigan teniendo cocinas muy comprimidas, sin apenas espacio para almacenar residuos, lo que obliga a utilizar la imaginación y amontonarlos en pequeños armarios o poniendo un contenedor encima de otro. En el debe de esas nuevas casas está el de ofrecer espacios que faciliten el reciclado».
Seleccionar bien para reciclar mejor
Es algo, subraya, que se puede evitar en parte si se hace una «buena selección» de todo lo que se consume. Por ejemplo, si se compran menos productos envasados, con envoltorios que ocupan mucho sitio, ya hay espacio para otros residuos. «Si se hace un buen reciclado una vez se incluya el contenedor marrón, la basura de fracción resto tenderá prácticamente a cero, por lo que la frecuencia en la recogida de esa fracción se puede espaciar, en beneficio de la recogida de basura orgánica o del resto de fracciones», incide.

El contenedor marrón está destinado a cáscaras de huevos, piel de frutas, espinas de pescado…
Lo que el responsable de Medio Ambiente no puede precisar por ahora es cuándo estarán los contenedores en la calle; aunque, como ya se ha dicho, en el horizonte está el año 2024, para cumplir con las directrices europeas. La instalación y el ritmo de la misma dependerán de la empresa que se encargue de la limpieza de la ciudad, concesión que ahora está en manos de Inagra pero que caduca el próximo 31 de diciembre. «Quien asuma esa concesión, sea Inagra o sea otra empresa, asumirá los contenedores marrones», anuncia Calvo.
Pero sí que tiene claro que el método más sensato y sencillo sería ubicarlos en las islas donde ya están los de vidrio, cartón y plástico. «Eso determinará su distribución y obligará a ampliar el tamaño de esas islas y en consecuencia reducir aparcamientos en algunos lugares», anuncia. Y como se ve venir las críticas de algunos, avisa de que en este asunto «todos, incluyendo a los conductores, tenemos que echar una mano».
En cuanto al presupuesto de los contenedores, el concejal dice que «aproximadamente» está en torno a los 800.000 euros, una inversión con la que se van a adquirir «unos 600 contenedores de carga lateral y unos 4.800 de carga trasera». Ese dinero estará incluido en el canon de la empresa concesionaria de la limpieza viaria. El que todavía sigue vigente es, en su conjunto, de 39 millones de euros.
Objetivo, una Granada más limpia
Jacobo Calvo pone el acento en lo importante que será la colaboración de todos para que esta iniciativa sea un éxito. Subraya que le gustaría encontrar la misma colaboración que ahora está recibiendo de las asociaciones de vecinos y que, a su juicio, está influyendo de manera decisiva en que Granada esté más limpia.
Admite sin ambages que en esta tarea se estaba yendo a peor, algo a lo que contribuyó «que el anterior equipo de gobierno redujera en dos millones el canon de recogida viaria», pero también la mala planificación y coordinación de las tareas.
«El análisis que hicimos al llegar determinó que las frecuencias de limpieza en calles y barrios, lo que llamamos planimetría, estaban desfasadas, que el modelo era actuar de oído y con ciertas preferencias. Y eso me preocupó sobre todo por la situación de algunos barrios donde había una evidente descompensación», resalta.

Limpieza de calles en Granada durante la etapa más cruenta de la pandemia.
Ahora cree que esa planificación es más lógica, y eso, unido a las campañas de refuerzo en determinados puntos y al trabajo de asesoramiento ejercido por las asociaciones de vecinos, «que son las que viven el día a día de los barrios y ven mejor los puntos negros», ha llevado a que Granada «presente un mejor aspecto».
Lo anterior y también una labor «más coordinada» entre las distintas empresas que deben asegurar la limpieza: la concesionaria de la viaria, la de jardines y la de recogida de vidrio. «Así se optimizan los recursos y se hace un trabajo más sensato», declara, y concluye con un mensaje que le parece crucial: «Para mantener limpia Granada hace falta tener constancia y continuidad».
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