Me lo tomo como una vuelta al cole, como una redacción que responda a estas dos preguntas: ¿Por qué te gusta el boxeo? ¿Por qué lo practicas?
Empezaré por lo segundo; me es más fácil porque lo tengo más reciente y porque, en cierto modo, contar eso dará explicación a lo otro. Verán: hace cuatro o cinco años mi báscula me informó de que había alcanzado los 85 kilos y entonces dije, en voz bien audible, que hasta ahí habíamos llegado, que esa situación tenía que corregirse pero ya.
Supe desde el principio que la obligada dieta debía complementarse con el ejercicio físico y ahí fue cuando empecé a pensar en el boxeo como método rebajagrasas. Un poco por eliminación y un poco porque sabía que es un deporte muy completo en ese sentido.
Explico lo de eliminación: me gusta jugar al fútbol (y mi zurda vale millones, aunque eso no haga al caso ahora) pero para practicarlo necesito un equipo, un rival, un campo… Engorroso, así que lo descarté. Como también, por parecidos motivos logísticos, el tenis.
El M&S, el garito de Francisco Martos, es un sitio donde se va a boxear y no a lucir palmito, donde he conocido a gente estupenda que me ha roto no pocos estereotipos
No me interesa la natación, la veo muy introspectiva. Ni tampoco el atletismo. Correr por correr me llama poco la atención. Quedaba lo de hacer bici, y eso sí que lo hago, pero me apetecía un complemento que requiriera la participación de compañeros y/o rivales y que no tuviera que ir buscándolos por ahí, que se concentraran siempre en el mismo sitio. Ahí me acordé del boxeo, una actividad que, por añadidura, me venía estupendamente para mis objetivos: se calcula que una hora dándole a saco y esas cosas sirve para quemar 1.200 calorías.
Estuve dos meses apuntado al Triunfo, un gimnasio del centro que daba boxeo pero también pilates, capoeira y un sinfín de cosas más. Fue una buena experiencia, aunque terminé quitándome porque no me satisfacía del todo.
Un buen día, en uno de mis habituales paseos (otra forma de perder peso, ya que estamos hablando de todo) pasé por la calle Nazaríes y vi un local curioso. En la fachada no estaba escrita la palabra gimnasio sino esta otra: boxeo. Entré a echar un vistazo y aquello era poco más grande que un garaje donde en ese momento sudaban de lo lindo unos cuantos tipos que no estaban vestidos como para un pase de modelos. El que haya ido a los mega-gimnasios de los que cuestan cien euros al mes sabrá de lo que hablo.
Me apunté y ahí sigo, dos años después. Ahí exactamente no, porque ahora estamos en un local bastante más en condiciones, pero la esencia se mantiene. El M&S, que así se llama el garito que regenta Francisco Martos, es un sitio donde se va a boxear y no a lucir palmito. Un lugar donde he conocido a gente estupenda que me ha roto no pocos estereotipos, porque allí no va sólo esa carne de cañón que tan bien han retratado las antiguas películas y novelas del género, sino también personas que, como yo, tienen una carrera, les da por leer de vez en cuando, saben mantener conversaciones sobre bastantes temas, tienen una culturilla musical… Hombre, Francisco, el patrón, es un fan irredento de Roxette, pero estoy dispuesto a perdonárselo.
Nunca he advertido el menor signo de mal rollo, pero sí muestras de simpatía entrañables, abrazos sinceros al que ha vencido su combate y consuelo para el que fue derrotado en buena lid
Lo que más me gusta del boxeo es el compañerismo. Es gratificante hacer un asalto con alguien, zurrarse de lo lindo en el ring y, cuando suena la campana (en realidad el zumbido de un cronómetro, pero yo me entiendo), fundirse con él en un abrazo porque ha sido un combate limpio. No sólo no estás enojado con ese rival, sino que en ese momento te sientes más próximo a él. De hecho, hay gente allí dentro a la que a estas alturas puedo considerar amigos. Es lo mejor de todo. Bueno, eso y el tipazo que se me está quedando, porque con la práctica ganas musculatura.
A día de hoy, tengo clarísimo que practicar boxeo será una de las últimas cosas a las que renunciaré. No aspiro, naturalmente, a disputar ningún título. Ni siquiera me apetece participar en ninguna pelea, ni oficial ni oficiosa. Me conformo con seguir ejercitándome cada vez que pueda (menos veces de las que desearía, de hecho) y continuar cultivando la sana camaradería con los que me acompañan. Me encantaría que, ya que yo he llegado tarde a esa senda, los que ahora la comienzan de forma prometedora me den al menos la alegría de verles llegar a lo más alto.
Nada más, salvo desmontar tópicos: no he visto ni un poquito de violencia gratuita en ese gimnasio. El boxeo, está claro, es un deporte de contacto (a menos que consigas que nunca te den, cosa improbable), pero nadie que conozca va a repartir leña para desahogarse. Ninguno imagina que en vez del saco está la cara de su jefe o de su peor enemigo. Si alguien da un golpe bajo, se disculpa de inmediato. Ignoro si en otras disciplinas de combate pueden decir lo mismo, pero me acuerdo de los ‘pataítas’ de mis tiempos, los que salían sobreexcitados del cine tras ver las películas de Bruce Lee, y no sé qué pensar.
Nunca he advertido el menor signo de mal rollo allí dentro, pero sí muestras de simpatía entrañables, abrazos sinceros al que ha vencido su combate en una velada, consuelo para el que fue derrotado en buena lid. Son cosas que dicen mucho bueno de la gente, cosas que hacen que me guste el boxeo más de lo que me gustaba cuando veía en la tele a Mike Tysson o, antes aún, a Perico Fernández. Entonces aún no sabía por qué lo llamaban el noble arte; ahora sí.
Gran artículo con el que me siento muy identificado ya que también práctico boxeo cada día nada más salir de mi trabajo como ingeniero.
En ocasiones es frustrante la desinformación que hay en la calle sobre lo que realmente es un gimnasio de boxeo…
En este artículo lo plasmas fielmente.
Un saludo
Un saludo
Aficionado Boxeo
Enhorabuena Guillermo, coincido contigo en todo. Nos vemos con los guantes puestos! Un abrazo.
Jose Antonio