Un castigo para los niños… y para quienes trabajan con ellos

El virus ha generado miedo, ansiedad, insomnio y otros efectos en los niños. Quienes trabajan para ellos, incluidos los padres y los profesores, no lo han llevado mejor. La ruina y el cierre amenaza a no pocos establecimientos dedicados a hacer más entretenida la vida de los pequeños.

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No pocas personas tienen la percepción de que, en esto del coronavirus, a los niños se les ha dejado para el final. Y puede que lleven razón si atendemos a datos como estos.

Por lo pronto, se les apartó de sopetón de su colegio o su guardería, el sitio donde pasaban un buen número de horas al día, donde tenían a sus amigos. Se quedaron sin ese entorno, en definitiva.

Se quedaron en casa, como todos, durante el confinamiento. No pudieron salir a la calle salvo en casos muy excepcionales y fue un confinamiento que los más pequeños no pudieron comprender. Se les podía decir que fuera había un bicho malo y que había que combatirlo así, quedándose en casa , lavándose mucho las manos y demás. Cuando preguntaban cuándo se iría el bicho, había que darles largas.

Cuando finalmente les dejaron salir, les pusieron un horario (de doce de la mañana a siete de la tarde) en el que, por lo menos en Granada, las temperaturas invitaban más que nada a buscar la sombra.

El siguiente paso consistió en que pudieran estar en la calle a cualquier hora, pero eso sí, nada de ir a parques infantiles, su hábitat natural. Estaban precintados mientras que a pocos metros la gente se peleaba por un sitio en una terraza.

En fin, que este periodo no ha sido un mundo de rosas para ellos. Por supuesto tampoco para sus padres, que han tenido que multiplicarse para buscarles actividades, compaginando esa ardua actividad con su propio trabajo, a menudo en casa. Ni para sus profesores, obligados a enseñar desde la distancia. En cuanto a las empresas que tratan de hacerles la vida más entretenida, su situación actual es, siendo suaves, preocupante.

Opinión profesional

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La psicóloga Clara Prieto cree que el confinamiento ha alterado las relaciones de los niños. Foto: Lucía Rivas

¿Ha podido dejar todo esto secuela en los niños? Clara Prieto, psicóloga infantil que trabaja en el Centro Piatel, es franca al respecto: «Tuvo consecuencias en el confinamiento, las tiene ahora y puede que permanezcan algo más de tiempo en algunos casos».

El principal problema, explica la especialista, es que durante el confinamiento se vieron alteradas las relaciones de los niños con su entorno y su familia. «Dejaron de relacionarse con sus iguales, de ir al colegio y a los sitios a los que iban, y todo eso es fundamental tanto en la niñez como en la adolescencia». 

Por decirlo de alguna manera, el colegio se trasladó a casa y los padres tuvieron que ejercer también de profesores, función que «hicieron como pudieron» y que a los progenitores les causó no pocos problemas, sobre todo los que teletrabajaban. 

No todo ha sido negativo. Los más pequeños han agradecido que sus padres, normalmente ausentes muchas horas del día, hayan estado a su lado bastante más tipo. Casi todos se han adaptado bien a esa nueva circunstancia y ahora se les ve más maduros, si bien es cierto también que los que tienen dificultades de desarrollo de alguna clase «han sufrido muchísimas regresiones, han ido hacia atrás en su proceso de maduración. Y en los casos de padres que por ejemplo tienen problemas a la hora de poner límites, a veces se han generado situaciones caóticas».

¿Qué problemas psicológicos han tenido los más pequeños? «Miedo, insomnio, ansiedad, rabietas más frecuentes y más virulentas… Algo que en realidad no ha sido culpa de nadie salvo de un virus «que ha alterado las relaciones y que ha producido casi tantas consecuencias como niños, porque hay muchísimos casos diferentes».

Por ejemplo, la psicóloga entiende que no es lo mismo hablar de las secuelas en un chico de tres años que en uno de doce, próximo ya a la adolescencia. Los primeros «han estado en la gloria con sus padres», pero los del segundo grupo «han perdido su referencia, que ya no son sus padres sino sus iguales. No han podido salir con sus amigos y se han sentido frustrados. También han tenido miedo, insomnio o ansiedad, pero lo han manifestado de otra forma. Y desde luego para ellos ha sido menos traumático separarse de sus padres y volver con sus amigos que para los chicos, que en algunos casos no querían irse de casa de ninguna manera», relata.

Es cuestión de plantearse, sin ánimo de ser catastrofista, qué pasaría en caso de un nuevo confinamiento. Clara Prieto opina que, por un lado, puede pensarse que la adaptación sería más fácil «porque ya saben lo que es», pero por otra parte, sobre todo en el caso de quienes han sufrido efectos negativos en la primera oleada, regresar a ese estado «podría agravarlo todo».

Las consecuencias, no obstante, no van a durar toda la vida. «Los niños con un desarrollo adecuado ya están olvidando ese episodio, pero los que han tenido una regresión importante van a tardar más en superarlo», finaliza.

«Se ponen en una esquina y ni te miran»

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Nerea Bedmar, propietaria de una ludoteca, sostiene que los niños han tenido que aprender de nuevo a socializar. Foto: Lucía Rivas

También se pronuncia sobre este asunto Nerea Bedmar. La propietaria de Chiquiland, una ludoteca que se ubica allí donde el Zaidín se funde con el PTS, ha vivido un cierre obligatorio, como casi todo el mundo, y una reapertura, si no traumática, por lo menos sorprendente.

“Algunos de los niños venían recelosos. Llegaban y se ponían en una esquina, casi ni te miraban. No querían salir de sus casas porque tenían miedo y han tenido que aprender de nuevo a socializar”, explica. Un proceso que en ciertos casos ha sido aún más difícil porque sus padres no han puesto mucho de su parte. “Sé de un niño que se quiso acercar a otro para jugar y la madre de éste lo rechazó. Empezó a decirle a la otra madre: ¡Llévatelo, llévatelo! Y es muy triste, porque creo que eso va a desembocar en que esos niños puedan ser más fríos y más distantes en el futuro”, razona.

Daniel Sánchez, profesor en el colegio José Hurtado, en el Realejo, tiene la firme opinión de que a los niños no se les ha tratado nada bien durante este periodo, pero va más allá y agrega que “no se les tiene en cuenta casi nunca”. De hecho, cita al psicólogo Francesco Tonucci para recordar que viven y crecen en ciudades “que no están hechas para ellos, sino construidas en torno a los coches. De ahí que ahora sea raro ver a críos jugando en las calles, cuando antes era lo habitual”.

En cuanto a si todo esto repercutirá en su futuro, el maestro, con 18 años de experiencia como docente, entiende que algunos han podido llevar bien el confinamiento “porque les ha permitido quedarse en sus casas con los videojuegos”, pero a otros muchos, en especial a los más activos, les ha sentado mal.

De cero a cien en un segundo

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Daniel Sánchez, profesor del colegio José Hurtado, no ve claras las condiciones de vuelta a las aulas. Foto: Lucía Rivas

“Es que ha sido todo muy rápido, pasamos del cero al cien en un segundo y si ni siquiera los adultos entendimos bien qué pasaba, menos aún lo comprendieron ellos. Han vivido la situación con miedo, de ahí que algunos, cuando ya podían hacerlo, no querían salir a la calle”, resalta Sánchez, que añade que esa incomprensión está también detrás del rechazo por parte de algunos a hacer en casa las tareas escolares que le llegaban vía internet. “Estaban acostumbrados a trabajar de una forma, es la que les parecía natural, y cuando llegó esto lo rechazaron. Es una reacción que a lo mejor nos choca, pero es que los niños no expresan sus sentimientos igual que los adultos”, subraya.

En septiembre, se supone, tocará volver a las aulas. Pero en unas condiciones que el profesor no ve nada claras. “Aquí le han soltado el mochuelo a los directivos de los colegios, les han venido a decir que cada cual se busque la vida. No entiendo, por ejemplo, que si no se permiten reuniones de más de quince adultos, vaya a haber entre 20 y 25 alumnos por clase, en un lugar cerrado y por tanto con más riesgo de contagio”, critica.

Entiende que para eso podría haber una solución “si los ayuntamientos, que en eso sí tienen margen de maniobra, habilitaran espacios públicos disponibles. Frente al colegio en el que trabajo, por ejemplo, está el teatro Alhambra, que es de la Junta y que podría albergar aulas complementarias para que así no tuvieran que juntarse tantos niños en la misma”. Aunque no cree que eso se haga. “Han tenido tiempo para moverse y nadie ha dado ningún paso”, finaliza.

Todos en el mismo saco

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En Nevada Kids no tienen seguro su futuro. La Administración no les ha permitido la reapertura. Foto: Lucía Rivas

Algo de crítica hay también en el razonamiento de Antonio Titos, gerente del Nevada Kids, que accedió a hablar sin problemas ante la grabadora pero luego no quiso hacerlo delante de la cámara, por lo que su testimonio no se recoge en el vídeo que acompaña a este artículo.

El problema, en su caso, es que el local no está catalogado como ludoteca sino como centro de ocio infantil, y la Junta de Andalucía no ha permitido la reapertura de estos últimos establecimientos.

“Después del confinamiento empezamos a acondicionar el local. Asumimos que el parque de bolas debería seguir cerrado, porque allí es imposible garantizar la distancia de seguridad, pero creíamos que el resto de las instalaciones sí que podrían estar disponibles para hacer allí manualidades y otras actividades, para funcionar como una ludoteca. Sin embargo, desde la Subdelegación de la Junta nos negaron esa posibilidad”, comenta en el interior del establecimiento, que ahora está vacío y que sólo se dedica a alquilar cochecitos eléctricos para niños.

Con eso, evidentemente, no les llega para pagar los sueldos de los tres empleados y el Nevada Kids, en consecuencia, no tiene nada claro su futuro. Una situación que, a juicio del gerente, podría haberse evitado “si la Junta hubiera revisado caso por caso, porque no todos los centros de ocio infantil son iguales. En lugar de hacer eso, nos ha metido a todos en el mismo saco”.

En ese saco están ahora unos mil locales en Andalucía, que no tienen fecha de reapertura y cuyos responsables ya se han movilizado para exigir soluciones. “Es que es el único sector al que obligan a seguir cerrado. A los niños los han dejado para el final, pero a nosotros también. No entiendo por qué puede abrir sus puertas el ocio nocturno y nosotros no”, remata.

Más miedo, menos niños

 

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El virus ha generado miedo, ansiedad, insomnio y otros efectos en los niños. Foto: Lucía Rivas

De esa decisión se libró Chiquiland y gracias a eso Nerea Bedmar pudo respirar, después de tres meses de cierre en los que se fue a Baza a vivir con sus padres para minimizar gastos. Reconoce que no tuvo mayores problemas para reabrir “porque la ludoteca tiene permiso como centro social y cultural, no recreativo”, y lo que sí le preocupa ahora es, por un lado, las extremas condiciones de higiene que necesariamente tiene que cumplir, y por otro, que el nivel de ocupación del local no es el que era.

Respecto a lo primero, y como todas las guarderías y centros infantiles que están funcionando este verano, debe estar atenta a que nadie entre con zapatos, de que los carritos se queden fuera, de tomar la temperatura a los niños a su llegada, de que no traigan juguetes de fuera, de desinfectar los de allí cada vez que pasan de una mano a otra…

Es un trajín continuo, pero lo da por bien empleado. Lo que no le gusta tanto es que el año pasado tuviera por estas fechas a quince niños jugando allí dentro todos los días y ahora apenas pasen de tres. “Creo que vienen menos porque sus padres tienen miedo, no terminan de verlo claro”, dice, pero pese a todo se resiste a ser pesimista. “No me gusta ser negativa, siempre intento pensar en positivo y no sé cuándo, puede que para marzo o abril del año que viene, pero creo que la situación se normalizará”, acaba.

Con menos pequeños clientes, Nerea Bedmar por lo menos trabaja. No puede decir lo mismo José Carlos Beneroso, el hombre que daba pedales en el carrusel ecológico de la Plaza Bib-Rambla. El tiovivo, que ya se había convertido en un símbolo de ese espacio, está ahora desmontado y esperando una nueva oportunidad, pero va a tardar en llegar.

«Estoy intentando que el ayuntamiento me conceda permiso para volver a instalarlo», explica, no desde Granada sino desde su Algeciras natal, a la que se trasladó hace unos meses. Total, para no poder funcionar aquí, pensó que igual era más sensato estar con la familia. La espera la lleva mal. No hay más que leer su estado en el whatsapp: «Deseando poder trabajar otra vez». Como tantos otros. 

 

 

Comentarios en este artículo

  1. Estoy deacuerdo con todos los profesionales entrevistados, es otro sector muy afectado y del que poco se habla,importa más la hostelería en este país que la conciliación familiar. Yo tengo una hija de casi dos años y ha vivido varias veces como otros padres se han llevado a toda prisa sus peques por miedo al contagio, cada vez que se acercaban. La cara de mi hija es indescriptible y lo peor,que es una niña tímida y encima se encuentran con esas respuestas cada vez que realiza un acercamiento. Se que los padres tenemos que ser prudentes,pero hay formas y formas de evitar que jueguen,aunque yo no lo comparto,pero respeto a los demás. Arrancar al niño de inmediato me parece brutal para ambos peques y ese estado de pánico tb se transmite hacia ellos. Hay que aprender a convivir con el virus y pensar en que somos el espejo de los menores. En cuanto al cierre de estos negocios me parece fatal,no se ha tenido el cuenta que el menor aprende jugando y que necesita relacionarse con sus iguales. Mucho ánimo

    Susana

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