«El arte nos salva de la mediocridad»

Hace más de veinte años que el actor y director Mariano Sánchez Pantoja se bajó del escenario para seguir dedicándose al teatro desde una oficina. Está considerado el alma máter del Teatro Alhambra de la calle Molinos, fue uno de los fundadores y ha vivido todas las épocas de esta emblemática sala, hermanada con la Cánovas de Málaga y la Central de Sevilla como circuito de artes escénicas modernas de Andalucía. Empezaron siendo cinco o seis y hoy son veintitres trabajadores con una programación intensísima y buena respuesta del respetable.

Mariano Sánchez Pantoja, Teatro Alhambra

Mariano Sánchez Pantoja, en los camerinos del Teatro Alhambra. Foto: GranadaiMedia

Hace once meses la Junta de Andalucía premió su trayectoria con una de las Banderas de Andalucía, y lo agradeció escuetamente en Facebook. Llama la atención que alguien que ha sido intérprete esquive el protagonismo y evite figurar, pero por timidez o por discreción prefiere ser personaje secundario. De todas formas, sería un secundario clave en el argumento.

Desde la sencillez de su despacho -en su escritorio aún conserva puesta una pegatina de la campaña vecinal ‘Por la reapertura del Teatro Alhambra’ de 2007– , trabaja para traer al Realejo las vanguardias y la modernidad del teatro, y para dar una oportunidad a los talentos locales. Gracias a esta sala por el barrio ya pasean unos cuantos premios MAX que se han criado con lo mejor de las artes escénicas. Es del Realejo a pie juntillas.

Mucho ha cambiado este teatro. Ya son más de 20 años de vida. 

Nosotros abrimos el teatro como Teatro del Sur en diciembre de 1992, así que son 21 años. Antes era una sede de ensayo de la compañía, y antes fue un cine que servía a toda Granada. Era lo más parecido a los cines de ahora, con butacas anchas y un sonido espectacular, pantalla gigantesca… Era una época de grandes estrenos. Los vecinos recuerdan que ‘La Naranja Mecánica’ estuvo más de seis meses en cartel. Se cerró en el ochenta y tantos, y estuvo cuatro o cinco años totalmente abandonado. Lo alquilamos como sala de ensayo en 1990 para Teatro del Sur, pero aún mantenía su cascarón de cine, con las escayolas ornamentales de punta de diamante, el friso de madera, restos de butacas, la pantalla rota… El último dueño se lo había prestado a alguien para una fiesta de fin de año y había restos por todo el recinto. Lo limpiamos y fue durante año y medio nuestra sede. En 1992, con una ayuda de la Junta, se convirtió en espacio concertado de la Consejería de la Cultura, con un convenio de colaboración, discreta y humildemente porque no había presupuesto. También tuvimos una ayuda del Ayuntamiento. En 1993 también hubo una crisis muy, muy profunda. Rafael Fernández-Píñar fue un abanderado de este proyecto, se empleó a fondo. También José Antonio Aparicio, como jefe de área suyo. En el año 1998 fue comprado por la Consejería y lo hizo propio, junto al teatro Cánovas de Málaga y el Central de Sevilla. La idea es que los tres sean punta de lanza de la vanguardia, contemporaneidad, formación de espectadores…

Y en 2006 sufrió un exilio. Durante más de un año de obras la programación se trasladó al José Tamayo, en la Chana. Y hubo miedo a que no se volviera a abrir.

En aquel momento llegó una normativa que el teatro no cumplía (insonorización, accesos, etc.), estaba obsoleto, y no había más remedio que cerrarlo para reformarlo. La Junta, y lo puedo afirmar taxativamente, nunca pensó en cerrar definitivamente el teatro. Buscaron el momento y el presupuesto para hacer las obras, pero Rosa Torres, que era la consejera de Cultura, fue de las que más prisa quiso darse para la reapertura. Hubo la suficiente elasticidad como para que, sólo un mes después, abrieramos en otro espacio de Granada para que la programación perviviera y no se cercenara. Estuvimos durante el año y medio de obras en un teatro que estaba recién terminado pero sin abrir, gracias a la colaboración del Ayuntamiento de Granada. Lo abrimos a marchas forzadas gracias al equipo técnico del teatro, que fue capaz de trasladar en 20 días toda la maquinaria escénica al teatro José Tamayo (se le acaba de poner el nombre). El sabor que tenía este espacio faltaba, eso sí. Se terminaba la función a las once de la noche y muchos espectadores volvían al Realejo a tomarse ese algo de después, porque era la costumbre, era su sitio de ocio, tenía que ser en el Realejo. Muchas compañías se alojaban todavía por aquí y nos veníamos a terminar la tertulia en esta zona. Ese cordón umbilical nunca se rompió.

«Cuando estuvimos en la Chana, muchos espectadores volvían a las once de la noche al Realejo a tomarse algo»

El momento de la reapertura debió ser especial. 

Fue muy ilusionante. Además, al teatro se le pegó un arreglo brutal. Como suele pasar en las obras, se aprovechó y se instaló sonido digital, iluminación nueva… Será de los pocos teatros que cumplen normativas de seguridad y cableado. Hay teatros por ahí nuevos que ya están en la línea de la obsolescencia. Aquellas obras en el Alhambra costaron cerca del 1.200.000 euros. Además de aire acondicionado y aislamiento total, se reformó el vestibulo para que se pudieran hacer exposiciones… Se hizo un teatro prácticamente nuevo. Se hizo una auténtica filigrana.

En la programación del teatro Alhambra se respira riesgo. Compañías solo conocidas en círculos especializados y propuestas innovadoras. ¿El que no arriesga no gana? 

No sé si es cuestión de ganar… El dato es aplastante. Nuestra media de ocupación del último trimestre es del 71%. Si la gente acude es porque demanda esto. Es cierto que el teatro es pequeñito, pero es el probablemente el teatro que más actividad tiene de toda Andalucía, casi a diario.

Algunos ya se habrán criado con la sala.

La alegría más grande es cuando vienen los chavales de colegios, y descubres que algunos han venido ya tres o cuatro veces, algunos han estado viniendo desde la guardería. Es algo emotivo, yo jamás tuve es posibilidad. Y serán el público adulto del futuro.

En ese asunto de «formar a la audiencia», ¿el público viene porque confía en el criterio de la programación?

Hemos venido observando que en los últimos años la gente además se informa. Presentamos la programación en septiembre, y los abonados ya lo han visto todo en internet, un canal de difusión y de información impresionante. Vienen diciendo: «Que si en Madrid ha tenido mucho éxito, que si me he metido en su web…».

¿Prefiere traer un éxito internacional a Granada o lanzar desde Granada un talento local al circuito internacional?

No hay nadie con talento en Granada que no haya pasado por aquí. Hay unas cuantas personas de primerísimo nivel que reconocen que el teatro Alhambra fue ese trampolín que marcó un antes o un después. Todos los Max han pasado alguna vez por este escenario. Hay ejemplos fantásticos de gente que venía con un proyecto bajo el brazo y lo hemos asesorado y arropado técnicamente para hacerlo realidad. Les hemos puesto en contacto con programadores, a los cuales hemos invitado a los estrenos. Es una obligación apoyar a esos artistas, es lo que tenemos que hacer. Histrión, Titiritrán, La Maquiné, Arena en los Bolsillos… Ahora nos enteramos de los premios que van recogiendo, y son las niñas de nuestros ojos.

Gema Matarranz, Histrión Teatro, Juana la Loca

Histrión Teatro trae su ‘Juana La Loca’ al Alhambra en marzo.

«Las compañías están bajando los cachés hasta ganar lo mínimo digno. Por eso es posible que muchas de ellas vengan»

Entonces, con eso de la crisis… ¿No cuesta más subir el telón? 

No, pero eso no es cosa del azar. Aquí ha habido una complicidad entre las compañías y los que programamos. Las compañías están bajando los cachés hasta ganar lo mínimo digno. Por eso es posible que muchas compañías vengan. Y eso sin meternos en el IVA, que tenemos el IVA cultural más alto de Europa. Nosotros aguantamos el tipo, y hacemos subidas simbólicas de un euro. Los abonados responden, los tenemos prácticamente cubiertos. Pero la crisis está afectando seriamente al sector profesional.

Se nota mucho en la programación y en los contenidos. Ahora hay muchas funciones y estrenos que hablan sobre la crisis o la reinterpretan. 

Totalmente. Y hay muchas propuestas contemporáneas, a veces desde la ironía, la crueldad o la diversión, que plantean la crisis de una forma más lúdica. Hay ciertos productos que rondan ese tema, porque le ven la posibilidad de distribuir. Pero hay compañías andaluzas sobre las que parece que la crisis no pasa, con montajes carísimos, escenografías, actores de primer nivel… Puede que pase lo mismo que en la crisis de 1993, que un montón de compañías desaparecieron y las más fuertes resistieron. Puede que ahora desaparezca otro montón desgraciadamente. Pero el talento de verdad subsiste, siendo una palabra muy fea. Nosotros vamos a poner el empeño por nuestra parte para que quien en Granada tenga un atisbo de riesgo y de ganas no se vea desasistido. Ya estamos trabajando en algunos proyectos.

¿Qué le parecen iniciativas como las de El Apeadero, que ya tiene 13 años también en este barrio? 

Magnífica. Es un sitio fantástico, cuando me contaron el proyecto me pareció que este era su sitio. El Realejo es céntrico y cómodo, a pesar de la falta de aparcamiento, que se ha aliviado con el parking del Ave María -otros aparcan en Escolapios, cruzan el río y suben en un segundo-. Es absolutamente necesario y prioritario, se lo pido constantemente a los partidos y asociaciones de vecinos, que pongan pie en pared y hagan de una vez por todas el gran aparcamiento que hace falta. Tenemos una gran cantidad de locales de ocio, pero es que en un año abren una facultad con mil alumnos y doscientos profesores. ¿Van a venir todos en el microbús? Yo no sé lo que va a pasar… Salvado eso, es un barrio cómodo, con vistas, corre el aire, con oferta de ocio… Ójala pudiéramos nosotros tener una sala B para cuando no tenemos más espacio ni tiempo.

«Tenemos muchos locales de ocio, y en un año abren una facultad con mil alumnos y doscientos profesores. ¿Van a venir en el microbús?»

Usted es del Realejo a cierra ojos. 

Yo soy totalmente realejeño, oficialmente vivo aquí y compro aquí y voto aquí. Me implico con la asociación de vecinos, con las cofradías, con el colegio Ave María… He sido pregonero… Greñúo no, que para eso tendría que estar en el entorno de San Cecilio. Soy greñúo de devoción y realejeño por extensión.

¿Qué fue lo primero que hizo en el teatro?

Como aficionado, empecé de director, también escribía algunos textos. En el barrio de San Ildefonso, cuando llegué de Cádiz, conocí a mi mujer y ahí nació mi hijo mayor. En torno a la parroquia de San Ildefonso, que hacía un trabajo social tremendo, se formó un grupo de teatro que se llamaba Teatro de la Cuesta, que aludía a la Cuesta de la Alhacaba. Fue entre el 78 y el 85, haciendo un teatro social que iba por los pueblos, a veces por nada. Pero pensábamos que teníamos que cumplir esa labor, de forma revolucionaria y revoltosa, con textos de Lorca, Alberti y todos los poetas habidos y por haber… Entonces yo era director, me encargaba también de montaje y escenografía. En 1985, dos o tres de aquel grupo decidimos profesionalizarnos en la compañía Teatro del Sur hasta que, buscando una nave en un polígono, nos topamos con este cine en desuso. Jamás pensamos en hacer un teatro, buscábamos dónde ensayar. Ahí empecé como actor y distribuidor. Y en 1993 el teatro ya necesitaba una atención más intensa y con todo el dolor de mi corazón me bajé del escenario y me pegué a una mesa. Y por aquí sigo.

Pongámonos ‘shakespearianos’. «Mi reino por…»

Mi reino por el arte. Es lo que nos salva a todos. Si no caeríamos en la más absoluta mediocridad. Y me refiero al arte que hace que la gente crezca, dialogue y construya. Había una frase que se me ha quedado desde mis años de instituto en Cádiz. Tenían un teatrito con una línea grabada encima: «Levantemos sobre la poesía que construye». La hago muy mía.

 

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