La historia de un alcohólico no anónimo

alcohólico no anónimo

María trabaja de cajera en el supermercado donde compra David. Ella siempre le sonríe. Todas las veces, todos los días. Pero la sinceridad de su sonrisa es como la tristeza de su mirada: gigante.

David no sabe por qué María le mira con ojos tristes. Todavía no le ha preguntado. Quizás no lo haga nunca. Él, como Antonio Vega, tiene su propia ‘Lucha de Gigantes’. ‘Un duelo salvaje en un mundo descomunal’. Pero la historia de María le eriza la piel. Que la desconozca no significa que la ignore. Y es que, a David, cuanto más le pesa la vida, menos indiferente le resulta. Cuanto más frágil es su ánimo, más fuerte es su determinación por defender todo aquello que le hace feliz. Porque en la lista de cosas que ha perdido por la adicción al alcohol nunca estuvo su manifiesta capacidad para emocionar, emocionarse. Y eso, después de todo, es muy emocionante.

Por cierto, esto que lees no es una fábula. Tampoco un artículo de opinión sobre ejemplos de vida. Sólo es un intento (torpe pero honesto) de contar una historia: la de David Barros. Un hombre de 45 años que antes de los 30 ya creía tener escrita la suya. ‘Funcionario con hipoteca, esposa y rutina. La historia de un tipo normal, con una vida normal’. Lo que transcurre entre ese capítulo del ‘libro’ y el de acabar en un hospital varias veces en una misma semana por coma etílico se llama vida. Malos ratos que se acaban convirtiendo en malos días y éstos en mala racha hasta arrasar con todo(s).

Alcoholismo sin anonimato, un podcast desde la experiencia

¿Así? ¿Sin más? ¿Es posible que un joven educado, amable, responsable y con el ‘futuro’ resuelto termine desayunando whisky con 34 años? Sí. Resulta extraño porque igual mientras más personas de las que imaginamos sufren un problema de adicción y/o de salud mental, la mayoría del resto suele:

  • Mirar hacia otro lado (como quienes se tropezaban con un David tirado en la calle después de 72 horas seguidas bebiendo y cruzaban de acera)
  • Restarle importancia a la normalización del consumo de alcohol como medio de ocio y ‘quita penas’ (total, por una borrachera no pasa nada)
  • O ni siquiera darse cuenta de lo que ocurre frente a ellos (como esos ojos tristes de María en los que nadie repara)

Y por eso David, aun habiendo salido del infierno del alcoholismo, pero no todavía del de la depresión, ha decidido contar algo mucho más valioso que las hojas del calendario que lleva sin beber: su experiencia como “yonki del alcohol». Pero lo hace sin tapujos, sin excusas, sin arneses, sin anonimato. Un ejercicio de generosidad que no persigue la redención (“si no me hubiese perdonado todavía seguiría bebiendo”) y mucho menos el aplauso (aunque su podcasttenga más éxito del que es consciente). Como dice su maestro Antonio Vega… ‘Esperando nada’.

David Barros decidió hace unos meses crear una cuenta en Ivoox y narrar por capítulos su historia sin capas de superhéroe. Aborda con crudeza y sobriedad (nunca mejor dicho) la adicción al alcohol y lo que esta enfermedad arrastra en la riada (recaídas, terapias, renuncias, pérdidas, familia, trabajo, etc.)

Lo hace con perspectiva de género (no sólo con la que da el tiempo transcurrido desde el último trago). “Porque mi experiencia me ha enseñado que el alcoholismo estigmatiza todavía más a la mujer por el mero hecho de serlo y eso es tremendamente injusto”, añade este ‘chico’ de familia humilde con título de abogado y talento de artista que acaricia las letras con idéntico cariño que las teclas de su piano.

Daño, culpa y responsabilidad no son sinónimos

Quizás por eso deja claro desde el primer episodio de su ‘blog sonoro’ que “daño, culpa y responsabilidad” no son palabras sinónimas. En cualquier adicción hay mucho de lo primero pero no puede haber culpables. Eso sí, “todos somos responsables de lo que hacemos y dejamos de hacer como sociedad”, afirma David, que no entiende la apología que se hace del alcohol hablando a la ligera de su consumo. “He conseguido reconciliarme con la rabia que siento al ver y leer muchas cosas que dan alas a la bebida pero nunca dejaré de ser activista en este sentido”.

Hace hincapié en este aspecto porque, precisamente, a David no le queda bien el ‘traje’ con el que identificamos socialmente a una persona adicta al alcohol. Damos por hecho que ese tipo de cosas sólo le ocurren a quienes se han criado en familias conflictivas, han fracasado en el trabajo o no tienen dos dedos de frente para parar a tiempo. E igual ese es el peligro.

“Hay momentos en los que todavía no soy consciente de cómo y cuándo empezó todo”. ¿Se es alcohólico cuando abres una botella de vino con tu mujer para hablar de un modo más relajado sobre problemas en la relación de pareja? ¿O cuando quedas con tu mejor amigo para desahogarte porque al final tu matrimonio se ha roto? ¿El siguiente nivel es cuando bebes para escapar del estrés, para dormir mejor por la noche, para fingir en el trabajo y con la familia que no atraviesas un buen momento?

Una semilla que se planta y crece poco a poco

Puede que la respuesta sea a todo que no. O justo lo contrario. “Es una semilla que se planta y crece poco a poco”, define David, para quien el alcoholismo no se gesta de un día para otro. Es la suma de circunstancias, coincidencias y un caldo de cultivo: “pensar que no tienes un problema con el alcohol sino con otra serie de cosas y por eso bebes; justificar el consumo con el estado de ánimo y usarlo como evasión más que como diversión”.

Dicho así puede sonar a eso de qué fue primero ¿el huevo o la gallina? ¿Se bebe porque estás mal o te sientes mal porque necesitas beber para sentirte mejor? Para él no es tan importante encontrar el origen como lo es abordar cada problema de forma independiente. “Una cosa es la depresión o el problema de salud mental que estés padeciendo por las razones que sea, y otra cosa es la adicción al alcohol”, explica David, que todavía sufre al recordar el costoso y doloroso peregrinaje de sus padres por los mejores psiquiatras de Granada tratando un imposible: “sacarme del lugar en el que quería estar o yo creía querer estar”.

Hasta que David llegó al Servicio Provincial de Drogodependencias y Adicciones de la Diputación de Granada por recomendación de su médico de familia, escuchó demasiadas veces lo de “David tiene una depresión y por eso bebe”.

Cuanto más lo escuchaba, más bebía, porque creía tener motivos para hacerlo. Y cuanto más bebía, más odio sentía por sí mismo y, por tanto, más intentos de suicidio mezclando medicamentos antidepresivos con el alcohol. Y cuanto más daño hacía a sus seres queridos, más ganas de morir sentía. Y eso ya no es cuestión de ‘huevos’ ni de ‘gallinas’, de ser cobarde para vivir o tan valiente como para dejarse morir.  Eso es la pescadilla que se muerde la cola, un bucle infinito repleto de episodios surrealistas “que no recuerdo pero sí sus consecuencias: caídas, accidentes, sobredosis, lavados de estómago, ingresos, altas voluntarias, atrincherarse en casa con litros de alcohol de alta graduación y volver a empezar”.

Como una bola de nieve

Y así es como una bola de nieve que cada vez se hace más grande acaba engullendo la vida de un tipo normal que escucha la radio de fondo mientras hace otras cosas, que subraya los libros con rotuladores rosa, que fantasea con la idea de haber nacido en Asturias y a quien le da más miedo vivir en una sociedad carente de empatía e incapaz de hablar abiertamente de ciertos temas que el hecho de no vivir en ella. Un ‘tipo responsable’ que no mira, observa, y al que le fascina la complejidad de las personas sencillas.

Si has llegado hasta este párrafo igual todavía no has asimilado que alguien que podría ser tu compañero de mesa en la oficina o tu vecino del cuarto ahogue su vida (literalmente). A mí me pasó igual. Pero el objetivo de David al contar su historia no es que le comprendamos, sino que no demos por sentado que algo así jamás podría ocurrirnos. Y si jamás ocurre (ojalá) que no seamos de ese tipo de personas que juzgan sin saber, que dicen en una comida de trabajo ‘uy, qué sos@, por qué no te tomas una cerveza y así te animas un poco’.

La ayuda del COIS Norte

Él sigue luchando contra sus ‘molinos de viento’ particulares de mente y alma, pero ha aprendido a convivir con su alcoholismo. Es una de las muchas cosas que le agradece a Manoli, su terapeuta del SPDyA y la persona que “literalmente, me ha salvado la vida”. La considera de su familia, al igual que al resto del equipo de COIS-Norte, el lugar al que podría no haber ido si hubiese elegido un centro de rehabilitación más alineado con los ‘tipos normales’ que tienen la vida resuelta antes de cumplir 30 años.

“Yo me crié en la calle Joaquina Eguaras, mi centro de salud es el de Almanjáyar y estoy, no sólo donde me corresponde, sino en el lugar donde van los “yonkis”. Yo lo soy del alcohol, ¿qué me diferencia de los que lo son de otro tipo de sustancia?”, afirma David, cuya voz se hace más cálida si cabe con sólo nombrar al personal de este servicio público, que supo decirle en cada momento lo que debía escuchar y actuar clínica y humanamente como necesitaba.

Como un ‘Ángel caído’

A Manoli llegó tras uno de esos puntos de inflexión que ponen punto y final a una sucesión interminable de puntos suspensivos. 3 días tirado en la calle bebiendo y sin parar de beber, provocando indiferencia, asco y lástima a partes iguales. Pero como un ‘Ángel Caído’ (Antonio Vega, tercer bis) acabó en casa de una compañera de trabajo que a duras penas le reconoció.

David ya no era el chico feminista que aprobó las Oposiciones a la edad que otros no saben ni qué estudiar. Ese día era un vagabundo con un síndrome de abstinencia de tal magnitud que si no llegan a darle un vaso de alcohol se hubiese muerto (literalmente). Pero la vida quiso que alguien especial (que nunca dejó de serlo) tuviese una segunda oportunidad. Y él dijo Sí, quiero.

Nadie dijo que fuese fácil. Continúa sin ser fácil. Puede que jamás llegue a ser fácil. La tristeza y la ansiedad le visitan con más frecuencia de la deseada pero lo que tiene claro es que el verdadero ‘Sitio de su Recreo’ no es el alcohol, sino su sobrino Aarón, su hermana pequeña, sus padres, su música, su manifiesta capacidad para emocionar y emocionarse. Y eso es emocionante.

Comentarios en este artículo

  1. Hola a todo el equipo.

    No sería humano si no os dijera desde lo más profundo de mi corazón: GRACIAS. Por la apuesta personal y profesional. Porque de no ser por Miriam, esto no habría salido adelante. Es un privilegio contar con personas a altura de lo invisible.

    David
  2. El podcast es maravilloso, David me ha ayudado a entender la enfermedad que, por desgracia, padece mi pareja. Ahora veo todo con ojos nuevos. Acabo de terminar el último episodio y me he quedado preocupada. Alguien puede decirme si David está bien? Gracias por todo.

    Jennifer

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