Un pedazo de Rusia en pleno Albaicín

iglesia ortodoxa en Granada Albaicín

Era el título de una película, pero hay multitud de hechos que lo corroboran: todo es posible en Granada. Por ejemplo, que en pleno Albaicín, el barrio histórico por excelencia de la ciudad, una de sus muchas iglesias haya cambiado de feligreses. Los domingos por la mañana hay misa allí, pero algunas cosas son distintas. En el altar y en las paredes no hay imágenes sino iconos; los bautismos se celebran por el rito de la  inmersión; las misas duran mucho más y se dan en la lengua eslava eclesiástica, que apenas nadie conoce por aquí…

La iglesia en cuestión es la de San Bartolomé. GranadaiMedia ya la incluyó en un reportaje que dedicó a edificios históricos bastante mal conservados. Por entonces ya existía la idea de que ese templo, cerrado al público desde 1965, tuviera un nuevo uso. La Iglesia Ortodoxa Rusa, dependiente del Patriarcado de Moscú (este dato no es superfluo: hay iglesias ortodoxas búlgaras, rumanas, serbias…), pretendía ubicar allí su sede. 

Eso se hizo realidad en noviembre de 2021. Ahora, cuando se traspasa la puerta se entra en la Parroquia de la Protección de la Santísima Virgen María. Allí, todos los domingos, a las diez de la mañana, se celebran oficios religiosos que se prolongan hasta más allá del mediodía, sobre todo si después de la misa hay algún otro acto litúrgico. 

Tirando de datos

No es cuestión de abrumar con datos históricos, así que bastará con decir que la Iglesia Ortodoxa funciona desde que, en el año 1054, se produjo el que se considera el mayor cisma del catolicismo, a raíz del cual se separaron las iglesias oriental y occidental. 

Hay muchas similitudes entre la religión mayoritaria en España y la que practican los ortodoxos, que son algo más de 150 millones de personas en el mundo. Pero también hay diferencias. Por ejemplo, los ortodoxos glorifican a la Virgen María, pero no le añaden lo de sin pecado concebida cuando la mencionan. No creen que el papa sea infalible, permiten que los curas se casen y entienden que la figura del Espíritu Santo procede de Dios Padre, pero no del Hijo.

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Fachada principal de San Bartolomé, en la parte alta del Albaicín. Foto: Lucía Rivas

Pero será cuestión de centrarse en lo que ocurre en el Albaicín. Como se ha dicho, San Bartolomé, una iglesia que data del siglo XVI, llevada cerrada a cal y canto desde 1965. Hace dos años, el Arzobispado de Granada y la Iglesia Ortodoxa Rusa firmaron un acuerdo por el que el primero cedía a la segunda el usufructo de ese espacio por un periodo de tres décadas. 

Bueno, el sitio no es que esté para entrar a vivir, como suele decirse. Es obvio que le faltan un par de manos de pintura, eso para empezar. Pero los que acuden se las apañan más o menos bien. «Venimos más de cien personas todos los domingos», explica Olga, una habitual, que añade que algunos llegan desde puntos lejanos, como Baza. «Es que en la provincia hay bastantes rusos, casi dos mil, pero están muy repartidos», matiza. 

Un espacio para todos

Olga lleva el pelo cubierto, como manda su tradición dentro de los templos. También tiene prohibido acercarse al altar, cosa que sólo está reservada al cura, Mihail Ustimenko. Un momento antes él estaba tomando un refrigerio con otras feligresas, algo habitual tras el servicio dominical. Sirve para socializar y para que los que viven en diferentes y distantes puntos de la provincia y sólo se encuentran allí una vez por semana, se pongan al día y se comuniquen. Mientras tanto, algunos niños juegan en un rincón. «Es que nuestras misas son muy largas, así que les hemos acondicionado un espacio para que se entretengan», justifica Olga. 

Para ella, una de las cosas más gratificantes es ver a vecinos del barrio, de los de toda la vida, asomarse a ver qué se está cociendo allí dentro. «Están acostumbrados a ver la iglesia cerrada y se sorprenden al comprobar que de nuevo se le da un uso, creo que les gusta», opina. 

Como las misas ortodoxas son muy largas, se ha habilitado un espacio en la iglesia para que los niños puedan jugar. Foto: GIM

El presidente de la Asociación de Vecinos del Albaicín, Antonio Jiménez, también entiende que ha sido una iniciativa positiva. «Si era un sitio que estaba abandonado y se estaba estropeando cada vez más, bienvenido sea quien lo vuelva a ocupar. A mí particularmente me da lo mismo que la Curia se lo hubiera cedido a los ortodoxos o a los mahometanos, aunque no sé si todos en el barrio hubieran visto bien una mezquita aquí. Creo que con esto están más conformes», destaca. 

Acudió una vez a una misa ortodoxa y le pareció «curiosa». Lo que no tiene muy claro es si el interior se va a quedar así o la rehabilitación será más exhaustiva. «No deberían conformarse con que esté poco más que apuntalado. Los actuales inquilinos, o la Curia, o quienes hayan quedado en hacerlo, deberían arreglarlo mejor por dentro. No sé a qué tipo de compromiso se habrá llegado en ese sentido», subraya. 

Sorpresa, pero no rechazo

Jiménez entiende que este tipo de ideas deberían proliferar en el barrio. «Siempre que sea para algo provechoso, para hacer una labor social o ayudar a algún colectivo, como es el caso, creo que a todos los del barrio nos parecerá bien. En este caso habrá podido haber reacciones de sorpresa, porque es algo nuevo y distinto, pero no de queja. Si alguien quiere hacer algo similar y convertir un inmueble abandonado en una residencia de ancianos, por ejemplo, creo que sería excelente».

El presidente vecinal añade que «todo lo que sirva para mejorar la habitabilidad del barrio, será bienvenido». Ahí no incluye, eso lo deja claro, operaciones especulativas. «Hace poco supimos que varios grupos empresariales asiáticos quisieron comprar dos edificios para transformarlos en hoteles, y eso sí que nos oponemos», concluye. 

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Después de la misa, algunos feligreses acostumbran a tomar un refrigerio que les sirve para socializar y ponerse al día, porque para algunos el templo es su único punto de encuentro. Foto: GIM

Otra mujer llamada Olga, de apellido Bunkova, es la responsable de la iglesia ortodoxa de Granada. Coincide en que la acogida que les ha dispensado el barrio ha sido «excelente» e incide en que «en casi todas las misas entran vecinos y algunos se quedan, pese a que son mucho más largas que las católicas, y hasta repiten el siguiente domingo. He hablado con varios y les encanta que la iglesia vuelva a tener vida. Los edificios que no tienen actividad terminan por destruirse, así que creo que todos estamos contentos, no hemos tenido ninguna experiencia negativa», valora. 

En crecimiento y más ‘española’

Entiende que a su iglesia le falta aún «mucho crecimiento y desarrollo», algo que espera conseguir precisamente estrechando lazos con el entorno. Por lo pronto, ya hay un guía que trae a turistas para que se familiaricen con el rito ortodoxo y, de paso, «para que vean que somos gente respetuosa y pacífica, que quiere integrarse». 

A eso mismo quiere contribuir Olga Bunkova con otra iniciativa, que ya pone en marcha «cada vez que veo a españoles en el templo». Para derribar la barrera idiomática, procura que algunos salmos «se lean en español». Más adelante, cuando el sacerdote domine mejor el idioma, buena parte de la liturgia podrá hacerse también en castellano.

Tanto la iglesia como su entorno necesitan ser remozados. Foto: Lucía Rivas

Hay que puntualizar que el sacerdote sólo habla ruso, ucraniano y alemán, lenguas en las que este periodista ni siquiera se defiende. Por eso no hay declaraciones suyas en este reportaje, aunque Olga Bunkova sí que se puso en contacto con él, le hizo llegar nuestro cuestionario y, en cierto modo, lo incluye como protagonista. «Está aprendiendo el español y poniéndose en situación, lleva poco tiempo aquí», le disculpa. Y añade un dato sobre el celibato: «En nuestra iglesia, los curas no sólo pueden casarse sino que deben estar casados para ejercer». Mihail Ustimenko, por supuesto, lo está. Y tiene hijos.

Respecto al estado de conservación de la iglesia, tiene claro que no es óptimo y adelanta que se está trabajando para mejorarlo. «Ya hemos hablado con el Arzobispado, que debe dar el visto bueno a todo lo que hagamos aquí porque nosotros no somos los propietarios, y nos consta que se han solicitado los permisos al Ministerio de Cultura para la limpieza del tejado y para la pintura del interior, que es lo más urgente».

La responsable de la iglesia deja claro que en ningún caso se eliminará ningún elemento de valor. «Nuestro propósito es alargarle la vida a este templo y conservar todo lo que es parte de su historia y su belleza», realza. Esos gastos los sufragará fundamentalmente el Patriarcado de Rusia, que en España tiene su sede central en Madrid, y también aportarán su granito de arena los feligreses. 

El conflicto con Ucrania, al margen

Dejamos para el final la cuestión espinosa: a la iglesia van fundamentalmente rusos, pero también personas de otros países cercanos, como Ucrania. ¿Conviven bien en estos momentos convulsos? Olga Bunkova asegura que sí. «Compartimos fe e intentamos no sacar el tema, porque es delicado. Cada uno tendrá su punto de vista, pero aquí no queremos conflictos sino funcionar como una gran familia que tiene en común sus creencias, su dios». 

Hay algo que, de hecho, les hace estar más juntos. «Todos estamos lejos de nuestros países, así que vemos las cosas de manera diferente. Estar fuera sirve para unir, para que tratemos de ayudarnos; dividirnos ahora por motivos políticos sería negativo», concluye la ortodoxa. 

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El templo, que terminó de construirse en el siglo XVI, visto desde lejos. Foto: Lucía Rivas

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