Antonio Caballos
Alguna vez he ido con Manuel al supermercado. Fácil aparcamiento, subimos cómodamente por las escaleras mecánicas y dentro la temperatura adecuada, haga fuera frío o calor. Todo muy bien iluminado, ofreciéndote los miles de productos que ni en toda tu vida serías capaz de consumir.
Pero no nos gusta mucho ir al supermercado.
Manuel ha tenido una vida bien dura. Trabajó de albañil en su Euskadi natal y conoce bien los invernaderos de Almería, donde concluyó su vida laboral.
Ahora no trabaja. Se dedica a hacer dibujos y regalarlos a niños, jóvenes y mayores sorprendidos de su habilidad.
Manuel no tiene ninguna formación académica. Pero su curiosidad innata y su portentosa retentiva le han motivado a leer mucho. Se interesa casi por todo. Puedes hablar con él de geografía, de historia, de música y, cómo no, especialmente de arte, en particular escultura y pintura.
Por eso se me ocurrió visitar con él el Monasterio de La Cartuja de Granada. ¡Cómo disfrutó! Al salir, me decía que es un monumento donde él pasaría horas mañana y tarde.
No es posible. A Manuel hace años que le amputaron una pierna. Bastante trabajo nos costó subir, y sobre todo, bajar las decenas de escalones de acceso a la Cartuja, apoyándose en sus muletas y yo detrás mientras subía, delante mientras bajaba, por si acaso una posible caída.
Al salir, pregunté a quien nos vendió las entradas, cómo el monumento no tenía acceso para discapacitados. La respuesta, la normal: «se está estudiando, hay quien dice que no se puede alterar la estructura…» Me atreví a indicarle que un elevador en el lateral poco podría afectar a la visión de conjunto.
¡Qué pena que tantos como Manuel tengan que contentarse con ir al supermercado y se vean privados de esa maravilla universal de la que puede presumir Granada, la Cartuja!
¡Danos tu opinión!