No muchas historias de amor acaban en sí quiero por el nacimiento de un barrio. Sin embargo fue lo que sucedió a Amalia Sánchez Jiménez y su difunto esposo José Álvarez Gámez, que pudieron caminar hacia el altar hace 60 años –tras varios años de noviazgo– gracias a la construcción de las primeras viviendas con las que surgió el Zaidín. Una suma de casualidades provocó que ambos se convirtieran en los primeros en casarse en el nuevo barrio granadino.
Amalia recuerda algunos de esos momentos vitales que la unieron al Zaidín, por el que nunca ha dudado en luchar para convertirlo en un lugar “más justo y habitable, menos desigual” y al amor de su vida –y padre de sus tres hijos– sin que sus 86 años le impidan viajar al pasado a través de recuerdos fuertemente ligados a la historia del barrio: la tarde que se cruzó con los “bonitos ojos verdes” de Pepe paseando con unas amigas por Puerta Real, la primera vez que la invitó a salir, sus bailes juntos, y el día en que los propietarios del Café Suizo, donde llevaba trabajando “como fregantina” desde los 14 años, le comunicaron que tenían derecho a elegir al beneficiario de una de las nuevas viviendas que se estaban levantando en la Vega por haber hecho un donativo. Habían decidido que fuera ella, si pasaba antes por la vicaría –“entonces no estaba bien visto que un hombre y una mujer se juntaran”, relata.
Hay que tener en cuenta que el Gobierno de la época (principios de los 50) utilizó la edificación de la barriada del Generalísimo –nombre con el que nació el Zaidín- como ‘cebo’ para recaudar donativos destinados a caridad, ya que vivienda y beneficencia eran armas de propaganda para la dictadura franquista. “En el 53 aquellos que donaran 5.000 pesetas para la campaña de invierno que se impulsó en la ciudad podían elegir al obrero futuro propietario de una de estas casas en construcción”, recuerda ‘Amalita’, como todos la conocen. En su caso, no tuvo que pagar un “préstamo encubierto” sumado al coste de la vivienda, como sucedió a otros muchos beneficiarios de estos “buenos samaritanos”, según contaba Isidro Olgoso en su obra ‘Entre dos Ríos’, donde también recoge que ese año se recibieron más de 4.000 solicitudes para optar a las primeras 322 casas que se levantaron en las inmediaciones de la plaza de las Palomas.
“Contar con un hogar nos dio la oportunidad de casarnos”, detalla Amalia, que tras una bonita boda en enero del 54 -la primera del Zaidín- construyó «un hogar de paz» en el 19 de la calle Guatemala. Los primeros años fueron “muy duros, pero inolvidables por la buena vecindad”.“No teníamos médico, ni colegio, ni iglesia… El cura oficiaba la misa en la calle”, recuerda, con una mirada transparente en la que las nostálgicas lágrimas y la alegría se entremezclan. “Pese a las miserias, el barrio estaba muy unido. Lo compartíamos todo. Es una pena que eso se haya perdido”, resalta, sin perder su bondadosa sonrisa, aunque añorando aquel nosotros borrado por el individualismo de la sociedad actual.
Las monjitas nos enseñaron la importancia de luchar para hacer de este mundo, y de nuestro Zaidín, un lugar mejor
Tan solo un año después de que el barrio naciera celebraron la primera edición de sus fiestas, un lugar de encuentro, participación y pronto de reivindicación de aquello que se necesitaba. “Cada vecino guisaba algo y lo sacaba a la calle para que todos comieran. Repartíamos lo que tuviéramos. Adornábamos las calles y las poníamos hechas un primor”, refiere esta vecina, que montó un taller en su casa y trabajó como modista, primero para el barrio y con los años para una firma francesa.
Su tiempo entre costuras lo alternaba con una activa participación en la asociación de vecinos Zaidín Vergeles “desde su fundación”. «Poco después llegaron las monjitas al barrio y lo revolucionaron todo. Nos enseñaron la importancia de luchar para hacer de este mundo, y de nuestro Zaidín, un lugar mejor”, agradece Amalita, convencida de que la apertura del centro sociocultural por parte de las tres congregaciones que se establecieron en el barrio “despertaron a la mujer”.
Ella fue una de las tantas vecinas que asistieron asiduamente al centro educativo y comenzaron a movilizarse para mejorar la realidad de su entorno. “Nos tuvimos que echar a la calle para pelear por todo porque aquí no había nada”, refiere esta ‘guerrera del Zaidín’, galardonada hace unos años con el Gorrión de Plata por su contribución al barrio.
Aunque le “dolió muchísimo” el cierre de la biblioteca de las Palomas después de lo que lucharon por ella, la reciente movilización de sus vecinos para reabrirla la ha hecho sentirse “muy orgullosa” de las generaciones que han tomado el testigo. “Cultura es lo mejor que se puede dar a los hijos”, defiende. Por eso peleó en su tiempo para que su barrio tuviera escuelas, biblioteca, casa de la Cultura… También hizo “un gran esfuerzo” para costear a carrera de sus hijos. “Me prometí que les pagaría la universidad porque yo me quedé con las ganas de ir. Y así lo hice”, reconoce Amalita, que nunca que querido dejar su barrio.
En el 53 aquellos que donaran 5.000 pesetas para la campaña de invierno podían elegir al beneficiario de una de estas casas en construcción
De hecho tuvo la oportunidad de adquirir a otra vivienda, pero se resistió a salir de su Zaidín –como lo llama-, así que vendió por un precio simbólico su hogar de la calle Guatemala, en el que aún se alza la placa de un primer premio de embellecimiento de calles para las fiestas, y se trasladó cargada de recuerdos a la calle Escultor Azaustre, donde reside actualmente.
Pese a que las fuerzas «no acompañan ya» para movilizarse -reconoce-, «no han querido que deje la asociación de vecinos ni el consejo del Mayor», al que también pertenece y que la reconoció en 2012 por su «trayectoria solidaria» y su «existencia vital activa». Porque las manos de Amalita siempre han estado abiertas para ayudar a los demás y su voz nunca ha flaqueado a la hora de reivindicar mejoras para su Zaidín. Hoy día forma parte de la memoria viva del barrio como una de sus luchadoras históricas.
(03/12/2013)
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