Para aquellos que aún lo desconozcáis, Los Cipreses son una preciosa finca en vías de extinción. Una efeméride de lo que fue la Vega granadina hace treinta, o quizás, no tantos años. Sus más de 98.000 metros cuadrados se extienden esplendorosos de levante a poniente entre los términos municipales de Granada y Maracena. Un lugar histórico olvidado que da la bienvenida a todos los visitantes que llegan en coche a nuestra ciudad.
Cerca de allí, oculto bajo el trazado de la autovía, discurre el curso del Barranco de San Juan. Un cañaveral con fauna propia que aguas arriba es llamado de San Jerónimo pero que, cuando serpentea hacia el Genil por la vega maracenera, pasa a adquirir el diminutivo de Barranquillo de Maracena. Antiguamente, este cauce permitía delimitar perfectamente la casa y su secadero de la Casería de Los Doscientos, hoy reconvertida en cocheras del Metropolitano y firme de la autovía.
A la finca se accede por un carril flanqueado por cipreses. Aunque en su día también existieron álamos e incluso una palmera asiática. Años antes, las estilizadas siluetas de estos árboles permitían al viajero perfilar el carril en el horizonte. Hoy sólo queda un enorme ciprés. Este árbol centenario es un milagro. Todos los demás perecieron fulminados por los rayos o como combustible de las llamas causadas por pirómanos que trataban de atemorizar a los guardeses para que abandonaran la propiedad.
En la distancia, Los Cipreses son un paisaje pintoresco. El caserón aparece protegido por su colosal ciprés que actúa como un talismán que ejerce su influjo sobre la vivienda. Al otro lado emerge magistral su torreón que desde un promontorio domina todo su entorno natural y feudo geográfico. De esa manera, Los Cipreses asombran al visitante como un capricho altanero en medio de La Vega.
La construcción consta de dos viviendas. Una residencia noble que era habitada sólo durante el periodo estival y una vivienda de carácter más humilde yuxtapuesta de manera simétrica, lugar donde moraban los guardeses. Cada casa tiene dos plantas y torreón, quedando organizadas en torno a un patio que preside el brocal de un pozo. Bajo el firme de esta zona común existe un viejo aljibe. Posiblemente, esta sea la parte más antigua de la casa y uno de sus secretos mejor guardados. Además de recoger el agua caprichosa de la lluvia, almacenaba también la que traía un ramal de la acequia de La Madraza.
La vivienda señorial es portentosa. Quizás demasiado. Sus imponentes proporciones atrajeron durante años las ambiciones y miradas celosas de las familias más pudientes de Maracena. Fue “construida” en el año 1927 por D. Enrique Rojas González, sobrino del que fuese alcalde de Maracena, D. José Rojas Jiménez, con motivo de la boda de una de sus hijas. Como regalo nupcial, la residencia estaba concebida como un frenesí de azulejos granadinos, forjas artísticas, detalles heráldicos, figuras mitológicas, faroles granadinos y jardines perfumados que florecían cuando regresaba la familia durante los veranos.
La vivienda señorial fue ‘construida’ en 1927 por Enrique Rojas, sobrino del que fuese alcalde de Maracena, con motivo de la boda de una de sus hijas
A principios del siglo XX, los Rojas aprovecharon la llegada del ferrocarril a Granada para monopolizar la exportación de productos cárnicos a los países que participaban en Primera Guerra Mundial. Fue así como lograron amasar una ingente fortuna con sus industrias cárnicas.
El día 12 de septiembre de 1927 la familia celebró los esponsales que inauguraron oficialmente la vivienda. A este acto acudirían autoridades de alto abolengo como: el alcalde de Granada, el delegado de Hacienda o el Jefe de los Abogados del Estado. Entre los invitados también se hallaba el famoso fotógrafo de ABC, Manuel Torres Molina. Él inmortalizaría para la posteridad a la ilustre comitiva posando junto a una pareja de recién casados que aparecía flanqueada por un nutrido séquito de doncellas y criados ataviados con indumentaria estilo Luis XV. Sobre el dintel de la puerta principal aparecía una placa conmemorativa en la que podía leerse: “Año 1927”.
Seguramente fue una evaluación dogmática de este acontecimiento y de la licencia de obras lo que condujo a la Administración a considerar ese año como fecha de fundación del predio. Pero no es así. Los Cipreses existieron mucho tiempo antes. Por lo que puede afirmarse que los Rojas tan sólo se limitaron a reedificar sobre unos vestigios ya existentes. Al menos, eso es lo que parece desprenderse del análisis de diversas fuentes documentales depositadas en el Archivo Municipal de Granada.
En realidad los Rojas reedificaron sobre unos vestigios ya existentes. La casería ya existía en 1791 y era propiedad de la Orden de San Juan de Dios
La primera es el legajo 3.449, pieza 30, del año 1791. Se trata de un expediente relativo a un juicio por aguas de la acequia de Aynadamar. Según describe el sumario la casería ya existía en ese año y sus tierras, propiedad de la Orden de San Juan de Dios, eran regadas por las aguas de Alfacar.
También pone en duda la datación oficial el legajo 3.450, pieza 21, del año 1809. Otro litigio por aguas en el que consta como propietario de la casería D. Juan Manuel Martínez de Arroyo, un comerciante que, durante la Guerra de la Independencia Española, fue el responsable de garantizar que llegasen íntegros a Granada los cargamentos de grano procedentes de navíos extranjeros recalados en el puerto de Calahonda.
Pero a parte de estos legajos, la evidencia que acredita de manera más contundente la pésima datación de la casería de Los Cipreses es la que proporciona el «Plano de Granada y sus Alrededores». Un mapa confeccionado por el Cuerpo del Estado Mayor del Ejército en el año 1887 que topografía la propiedad con tan sumo detalle que hasta ya delinea su carril flanqueado por cipreses.
Respetando discrepancias de criterios, la conclusión que podemos extraer es que Los Cipreses tienen un pasado mucho más dilatado y relevante del esperado. Ahora bien, esta devaluación oficial de su historia podría ser la excusa perfecta para justificar la inacción burocrática a lo largo del tiempo.
Durante estos dos últimos años el vecindario de Albayda ha sido testigo silencioso del abandono consentido de esta propiedad. Sus nobles estancias han terminado sus días transformadas en cuadras para conejos, vulgar dormitorio de pencos y estercolero mayor de una familia del hampa que, sin mediar autoridad alguna, decidió ocupar la vivienda. En ese escaso lapso de temporal Los Cipreses han sido despojados de su esencia. Nada queda ya de sus forjas artísticas, ni de los blasones y demás enseñas que decoraban los balcones de la vivienda. Todo ha sido literalmente arrancado, incluso los suelos y los pomos de las puertas.
Durante los dos últimos años el vecindario de Albayda ha sido testigo silencioso del abandono consentido de esta propiedad. Los Cipreses han sido despojados de su esencia.
Poco tiempo después de este escandaloso destrozo, un incendio que devoró la finca permitió transformarla en la escombrera oficial de una obra cercana. Fue entonces cuando veinticinco mil euros bastaron para que el Ayuntamiento de Granada cegara todas las puertas y ventanas de la casa que, milagrosamente, logró salvarse de la vorágine de las llamas.
Pero esta medida es insuficiente. Aún mal datados, Los Cipreses son un inmueble de dominio público catalogado con nivel 2 de protección. Es decir, el Ayuntamiento –pero también la Junta de Andalucía- tienen la obligación legal de tomar las medidas preceptivas que garanticen su total protección y eviten su ruina. ¿A qué están esperando?
Excelente artículo; leyéndolo uno se hace consciente de todas las barbaridades que se cometen, por acción u omisión, con el patrimonio de nuestros municipios en pos de la especulación y maniobras de dudosa legalidad.
Enhorabuena al articulista y a Granadaimedia por esta nueva andadura que comienza hoy.
Pepi