
Antonio, junto a su puesto ambulante de libros de segunda mano.
Pocos de los que asisten a su espectáculo de transformismo logran intuir su edad. Pero debajo de las capas del maquillaje que cubren su rostro y del disfraz confeccionado a mano se esconden 58 años de vivencias. Unos años que sumados a la crisis se han transformado en un lastre a la hora de encontrar trabajo. Ante esta amarga situación se encuentra Antonio Fernández, un vecino del Zaidín que se ha visto obligado a alternar funciones esporádicas con la venta ambulante de libros usados para sobrevivir al paro.
A diario alguna calle del barrio –normalmente Santa Clara y alrededores- se convierte en una improvisada librería de segunda mano. Antonio carga los volúmenes que consigue de donaciones o compras, unas mesas plegables que le sirven de estanterías y arranca su jornada. “Gracias a los libros y la ayuda de Cáritas, a la que recurro cuando no logro vender nada consigo subsistir”, reconoce algo abatido.
Un lustro atrás su situación era bien distinta. Formaba parte de la plantilla de un hotel y jamás le había faltado trabajo en ámbitos como la hostelería o la limpieza. Sus desternillantes imitaciones de «personajes reconocidos como Lola Flores o la Pantoja» le permitían, además, ganar “unos dinerillos extra”. Pero su madre enfermó y se vio obligado a renunciar a su empleo para cuidarla. “Cuando falleció volví a buscar trabajo, pero los años sumados a la crisis me han impedido encontrar nada hasta ahora”, cuenta Antonio.

Una viandante observa algunos de los libros en venta.
Después de repartir, sin éxito, muchos currículums “que terminarían en la basura”, de observar “con impotencia” que ninguna puerta se abría y de “pasar muchas calamidades” porque el sistema solo ve canas donde debería valorar experiencia, este zaidinero de adopción (su familia se trasladó al barrio siendo un niño) decidió poner en venta los libros que poseía. Con el tiempo, la literatura se ha transformado en su ‘medio de subsistencia’, la “única” alternativa que le permite “seguir adelante, aunque sea a duras penas”.
La mayoría de los días las ventas escasean y ni las gangas logran llamar la atención de los transeúntes -el precio medio de los volúmenes es de un euro. Pero Antonio nunca pierde la paciencia, alentada por su amor a las letras.
“Igual porque nunca pude estudiar y me hubiera gustado tener la oportunidad de hacerlo decidí continuar con la venta de libros. Cuando la gente los abre viaja entre sus páginas, que sirven de refugio para olvidar los problemas. Nadie que esté leyendo piensa mientras en cosas malas”, indica Antonio, al que le encanta la comedia, quizás porque últimamente no abunda.
“Los espectáculos que protagoniza siempre provocan la diversión del público”, relata la camarera de un bar cercano a la ‘librería’ ambulante. Su familia –de hecho- decidió contratarlo para actuar en una comunión tras contemplar algunas de sus performance en la calle. “Al ver su show mi madre se meó encima de la risa, literalmente hablando, en plena celebración”, señala esta vecina, que no puede evitar desternillarse con lágrimas incluidas –también de la risa- al recordar la anécdota.
No son las únicas a las que ha arrebatado la carcajada. Con esta idea, realiza imitaciones de personajes famosos, principalmente folclóricas, autocaracterizándose y confeccionando sus propios disfraces.
Aunque Antonio es conocido por el carácter dicharachero de estas representaciones a prueba de circunstancias, lo cierto es que su ánimo «empieza a decaer» por un futuro incierto y sin familiares a los que recurrir. «Si lograra encontrar un trabajo estable, no pasaría tantas miserias y podría cotizar los años que me quedan para poder optar a una pensión», confiesa.
Entre tanto, seguirá recurriendo a sus números y las letras para refugiarse -al menos, mientras dura la función o el libro permanece abierto- de la dureza del desempleo.
27/03/2012
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