
Luis Britos, en la entrada del Lice Berta Wihelmi. Fotos: Lucía Rivas
Si algo demuestra lo que acaba de sucederle al Liceo de Berta Wilhelmi es que con los espacios culturales no se acaba así como así. Al igual que le ocurrió muy recientemente al Bar Liberia, ha pasado por un momento delicado pero lo ha superado y seguirá dando guerra. Y cultura, que es mucho más importante.
Toca situarse en el año 2019 y trasladarse al barrio del Realejo. En la calle Nevot, en un local que llevaba más de una década abandonado y que en su día fue el bar Pasión, Luis Britos vio la posibilidad de ubicar allí el sueño en el que llevaba tiempo pensando. Tenía, confiesa, «las características adecuadas» y se alquilaba «a un precio razonable».
Dentro se podrían desarrollar un sinfín de actividades en las que él, que ha ejercido de educador ambiental, monitor de tiempo libre o cuentacuentos, entre otras cosas, trabajaba desde muy joven. La enorme barra que presidía el lugar era lo de menos, no era su intención reflotarlo como bar. Le llamó mucho más la atención que al fondo hubiera una pista perfectamente convertible en salón de butacas para representaciones teatrales y un espacio contiguo que podía servir de camerino y escenario y separarse del principal por ese elemento, imprescindible en la farándula, que se llama telón.
Un espacio ligado al barrio
Así que se puso a ello y antes de que terminara ese año (el último Antes de la Pandemia, si es que hay licencia para ponerse épico), ya estaba funcionando el Liceo Cultural de Barrio Berta Wilhelmi. La coletilla de barrio no es superflua porque, con ella, el propietario quiso destacar que «en general, el peso del trabajo sociocultural es el grupo humano, y qué mejor que englobarlo en una comunidad, en un barrio. El objetivo es el desarrollo de las relaciones, de la convivencia, la cultura es el vehículo para crear grupo y el Realejo es un barrio con tradición cultural, así que entendí que el nombre le venía como anillo al dedo».
Tampoco es gratuita la alusión a Berta Wilhelmi, la educadora, empresaria, precursora feminista y filántropa nacida en Alemania pero residente durante muchos años en Granada, en concreto en el no muy lejano Paseo del Salón. «Con el capital de su familia montó una escuela y una biblioteca en Pinos Genil (cuyo colegio público conserva el nombre de la educadora). Ella inició una cruzada cultural con las clases populares en una época en la que la educación no era ni mucho menos obligatoria, e hizo cosas como organizar la que seguramente fue la primera colonia de verano que hubo en Andalucía, ideada para gente sin recursos. Me pareció una bonita manera de rendirle homenaje», subraya.

El escenario y el salón de butacas, separados por el imprescindible telón.
Desde entonces, allí se han desarrollado talleres y cursos formativos de yoga, teatro o meditación. También ha funcionado como café teatro, para exposición de muestras de artes escénicas, para actuaciones de magos o ilusionistas, para títeres y cuentacuentos, para tareas de entretenimiento dirigidas a los niños durante los fines de semana y hasta para «arrancar un ciclo estable de música clásica en colaboración con alumnos del conservatorio Victoria Eugenia».
Aunque los principios siempre son duros, y más aún si se partía con la rémora de tener que afrontar el pago de los 15.000 euros que costó el acondicionamiento y la reforma del local, lo cierto es que el liceo empezó a alzar el vuelo. En un barrio como el Realejo, donde por un lado hay una constatada inquietud cultural, y por otro continúa funcionando el boca a oreja, la iniciativa estaba obteniendo la respuesta deseada.
«La cultura deja pocos ingresos»
Britos, no obstante, sabía que no por eso había que echar las campanas al vuelo, ya que aunque el liceo «estaba teniendo aceptación y había mucha participación de la gente», para ser viable «necesitaba estar ocupado el cien por cien de su tiempo, rendir mucho más, porque la cultura deja pocos ingresos». Lo dice con conocimiento de causa, porque desde que montó el negocio no ha podido ni ponerse un sueldo. «Al contrario, he tenido pérdidas», aclara.
Lo que no podía imaginarse, ni él ni nadie, es que en marzo de 2020 todo se vendría abajo de una manera tan estrepitosa. Primero llegó el confinamiento, lo que significó la clausura del local durante más de un mes; y después, en la desescalada, la reapertura gradual con limitación de aforo. Los cursos se volvieron a dar, pero para un máximo de quince o veinte personas, con lo que «en algunos casos no traía cuenta». Las demás actividades previstas se anularon.

El local está presidido por una gran barra que recuerda que anteriormente fue un bar.
El invierno y la primavera fueron duros, pero los siete profesores que alquilaban el espacio a Luis Britos para desarrollar sus actividades permitieron que el empresario, al menos, pudiera «casi cubrir gastos». Llegó el mes de junio, con el verano a la vuelta de la esquina, y las previsiones de mejoría no se cumplieron, ni mucho menos. Su plan principal era mantener la política de subarrendar el sitio «a quienes quisieran desarrollar actividades socioculturales» y no funcionó, porque sólo se interesó por él un taller de carpintería.
El alternativo era utilizarlo como campamento infantil y también eso falló, entiende que «porque a estas alturas está muy mermada la capacidad adquisitiva de mucha gente y también porque este verano muchos se lo han tomado como el momento en que hay que salir como sea después de tanta mascarilla, o mandar a los niños con los abuelos. En otras circunstancias se habrían cubierto los cupos, pero ahora, cuando encima subsiste el miedo a los contagios, no ha podido ser».
A punto de tirar la toalla
Es decir, que apenas había ingresos pero era obligatorio seguir pagando los gastos, de aproximadamente 1.200 euros al mes. Pese a que es una persona que se ha dedicado toda su vida a esto y el liceo era su gran ilusión, Luis Britos vio la cosa tan mal que perdió momentáneamente las ganas de luchar, pensó que tocaba bajar el telón. Sus energías, admite, «estaban completamente mermadas, se me acumulaban los problemas, entendí que tenía que desalojar, irme de allí. Di por perdida la batalla. Tiraba a la basura 18.000 euros y el esfuerzo de dos años», resume.
Ni siquiera podía dejar el local tres meses y recuperarlo en octubre. Lo intentó pero el dueño de la finca le dijo que había «gente esperando, interesada en alquilar». La ley de la oferta y la demanda es lo que tiene, esas cosas son lícitas y tampoco culpa al casero, que no le cobró durante el confinamiento y después le rebajó el arrendamiento 150 euros al mes.

Luis Britos, artífice del liceo, está decidido a que su proyecto continúe.
Él entregó la cuchara, pero por suerte no les faltaron las ganas de batallar a algunos amigos y vecinos. El 20 de junio empezaron a verse en el barrio bastantes carteles que llamaban al combate. Era un SOS en toda regla. «¡¡¡Urgente, últimas horas!!! ¡¡¡Tenemos una semana para salvar el Liceo de Berta!!!», alertaban, para a continuación llamar a quienes estuvieran interesados a aportar «diez euros o lo que puedas» en una cuenta bancaria, a través de un bizum o acercándose al teatro para dejar las aportaciones en unas huchas colocadas allí ex profeso.
Objetivo conseguido en cuatro días
En sólo cuatro días, los 3.600 euros necesarios para salvar el verano se consiguieron. Luis Britos no sabe quiénes fueron tan generosos, pero le consta que la mayoría hizo «pequeñas aportaciones» y hubo algunos «que contribuyeron con cien y hasta doscientos euros». Tener gente así alrededor es como para estar satisfecho y orgulloso.
Superado el obstáculo veraniego, hay que preguntarse qué pasará cuando llegue el otoño. El promotor, al que este espaldarazo le ha venido de cine, resalta que «las cuentas están hechas y la programación básica para mantener los gastos, también». En verano no va a disponer mucho tiempo para descansar porque tiene que «completar los huecos vacíos para todos los días, incluidos los fines de semana, para de esa forma generar más ingresos y que el liceo tenga beneficios».
Los profesionales que hasta ahora han contribuido con su esfuerzo a mantener el liceo seguirán trabajando allí, aunque Britos adelanta que les subirá los precios por utilizar el espacio «porque no puedo mantener esta precariedad». Eso podría significar que los monitores, a su vez, repercutieran ese incremento en el precio que cobran a los alumnos. Pero eso no tiene por qué suceder si, como se prevé, la situación sanitaria ha mejorado por entonces. Si el aforo puede completarse, saldrán las cuentas. Y para que el aforo se complete hace falta que el barrio siga respaldando el proyecto “Ojalá que sí, que se les apunte mucha gente, porque eso será bueno para todos».

Otro detalle del interior del liceo.
Esta Operación Rescate le ha servido para aprender. Fundamentalmente que «ha sido la gente, los usuarios, amigos y vecinos, los que me han salvado el pellejo. Ahora sé que quien va a reflotar esto va a ser el público, así que voy a intentar hacer un plan de fidelización desde un punto de vista comercial, y de asociacionismo desde el punto de vista humano, para involucrar a la gente y hacer que demande qué quiere hacer. Que sea más participativa, que la demanda cree la oferta, que haya una base de dinero para poder programar y producir las actividades que haya», avanza.
El espacio, en consecuencia, seguirá alquilándose a los profesionales que han estado desde el principio y también «a grupos y asociaciones o profesionales que desarrollen actividades artísticas y socioculturales. Los huecos que ahora hay en el horario los podrá ocupar gente que haga charlas o conferencias, asociaciones que se reúnan cada cierto tiempo… Personas que ya estén desarrollando actividades, aparte del público en general».
En la web del liceo se puede consultar la programación de cursos «y existe también la posibilidad de establecer una suscripción por email, a cambio de la que se recibirá la programación semanal o quincenal», concluye. Y por el entusiasmo con que se explica, quedan claras dos cosas: que vuelve a tener plena fe en su proyecto y que confía en que la mantengan también quienes la han mantenido cuando él estuvo a punto de rendirse.
Me alegra muchísimo y le doy la enhorabuena a su director, Luis britos y a los vecinos implicados en el mantenimiento de la cultura y cuidado de las redes vecinales.
Maria Jesús Rodríguez Fernández