«Cuando cierro la puerta de noche, lo que siento es soledad»

Algunos dirán que la soledad es el estado perfecto y sostendrán que es cierto lo que aseguraba la canción, que a las personas que viven sin compañía no hay que “mirarlas con piedad”, porque están “cegadas por la luz de su libre soledad”. Pero lo cierto es que la soledad no deseada (que no es lo mismo que la soledad a secas) tiene muy poco de agradable.

Sobre todo si quien la padece es una persona mayor a la que empiezan a asediar los achaques, que ha perdido a la mayoría de sus seres queridos o ha visto cómo se alejaban de ella, que reflexiona sobre el paso del tiempo y concluye que, evidentemente, tiene mucha más vida por detrás que por delante y que lo mejor no está por llegar.

Los que componen ese grupo no son pocos. De hecho, hay muchísimas personas mayores que viven solas. A veces se conocen casos tétricos de viviendas que abren los bomberos, alertados por los vecinos por un olor fétido que arrecia con los días, y se encuentran dentro el cadáver de alguien que murió sin nadie alrededor, las más de las veces porque no tenía a quién recurrir. Eso es triste, objetivamente triste.

Un estudio muy necesario

Esas personas no están en el quinto pino, los tenemos aquí al lado. En la misma Granada hay muchas. Ofecum, una asociación sin ánimo de lucro que trabaja desde hace años en el campo de los servicios sociales, ha hecho un estudio en el Realejo y el Barranco del Abogado, barrios donde el 23% de la población es mayor de 65 años, que revelan datos interesantes y también inquietantes. ‘S.O.S., estoy sola/o y no quiero que nadie se entere’, que así se llama el estudio, es el resultado de encuentros y entrevistas con 88 personas de más de 65 años (33 hombres y 55 mujeres) y arroja datos tan significativos como éstos:

-El 65% de los entrevistados confiesa que sufre un grado de soledad media-alta
-El 33% no recibe llamadas de nadie que le invite a salir a la calle
-El 55% no quiere participar en las actividades del barrio
-El 48% no tiene a nadie con quién hablar y compartir sus cosas
-El 68% se siente solo a veces o siempre

Una mujer mayor pasea por la calle Molinos, en el Realejo. Fotos: Jesús Ochando

«El de la soledad no deseada es un problema social y estructural que con la pandemia ha dado aún más la cara», resalta la coordinadora del trabajo

María Jesús Rodríguez, coordinadora del estudio, en el que han participado once voluntarios de Ofecum, destaca que la soledad no deseada “es un problema social y estructural bien gordo que, con la pandemia, ha aflorado y ha dado aún más la cara”.

Fundamentalmente, los mayores se han quedado solos porque han enviudado y, aunque en muchos casos tengan hijos, ya hace años que se emanciparon y viven sus vidas. Aunque en Ofecum no puede dar nombres, porque los testimonios recogidos son en su mayoría de personas que pidieron preservar su intimidad, ella recuerda algunos comentarios recogidos en los cuestionarios. Éste es demoledor: “Cuando viene mi hijo me alegro mucho, pero qué mal lo paso cuando se va”.

«Mis amigas se han muerto o se han ido»

Los mayores también añoran a otros que se fueron, o a otros sitios o para no volver. “Mis amigas se han muerto, se han ido a residencias, se han ido al pueblo”, rememora una anciana. “Algunas veces me da tristeza al pensar que estoy tan sola”, apostilla otra.

La coordinadora del estudio alerta de lo difícil que es afrontar esa soledad. “¿Si esa persona que no tiene a nadie al lado sufre un ictus, qué pasa? ¿Y si se rompe una cadera? Lo mismo. Es muy triste”, resume.

Un momento de la presentación del estudio, realizada en la Escuela de Arquitectura. Foto: GiM

El problema va a más. La esperanza de vida es mayor que antes y eso hace que cada vez haya más gente mayor que se queda sin nadie. Por eso María Jesús Rodríguez y otros voluntarios van a hacerles compañía cuando pueden, aunque sea un rato. “Yo visito a una señora que se refiere a mí como la amiga de cada quince días, porque es la frecuencia con la que voy a verla. Se lleva bien con sus vecinos, pero cada uno tiene su casa y lo peor es cuando se va a dormir, porque ahí sí que se queda sola. Además, tiene 89 años y por mucho apoyo que tenga, el sentimiento va por otro lado. Cuando cierra la puerta de noche, su sentimiento es la soledad”, narra.

No es tan grave, continúa, que esas personas se enfrenten a la recta final de su vida. “Aceptan lo inevitable. Peor es que no se sientan útiles, que crean que ya no valen, que lo que dan es faena y molestias a los demás y que por tanto es mejor que se mueran. Es una falta de afecto hacia sí mismos lo que sienten”, describe.

Hacen falta más recursos

Para la coordinadora y voluntaria, la solución no es fácil pero por lo pronto deberían “destinarse muchos más recursos para estas personas y aplicar la Ley de Dependencia, que se ha dejado abandonada. Hay que valorar también que esas personas han llegado a una edad y que, en algunos casos, son mujeres que siempre trabajaron en casa, no cotizaron y sólo les queda una pensión no contributiva”, subraya, para rematar con una frase de Antonio Gala que le parece muy significativa: “Se conoce más a un pueblo por cómo cuida a sus mayores que por cómo cuida a sus hijos”.

Rosa María Onieva, presidenta de Ofecum, pone el acento en que hay personas que sí gustan de vivir solas, pero hasta una cierta edad. “Cuando son menores de setenta años, vale, pero luego empieza a pesar mucho eso de no tener a quién dar un abrazo”.

Muchas mujeres viven solas y además sólo perciben una pensión no contributiva.

Alude también a otro problema de la soledad, el no querer que se sepa que uno está necesitado. “Hemos dado con casos de mayores que prefieren que sus hijos y sus vecinos no se enteren de su situación, para no molestarles o lo que sea. No recurren a gente por falta de empuje, y en ocasiones también porque no saben dónde acudir, desconocen que existen sitios como los centros de día, y mucho más que hay organizaciones como la nuestra, con voluntarios dispuestos a hacerles compañía”.

«Algunos mayores se dejan ir, se apagan, piensan que son un lastre, les cuesta cada vez más abrirse a otros…», subraya la presidenta de Ofecum

Esa pérdida de empuje es acumulativa. Cuanto menos haces, menos quieres hacer. “Algunos se dejan ir, se apagan, les cuesta cada vez más abrirse a otros, no se fían de los voluntarios, de quienes quieren entrar en sus vidas…”, enumera.

Onieva, no obstante, menciona también que muchos sí que quieren moverse y participar en actividades de todo tipo. En el estudio que ahora ha visto la luz se mencionan los más demandados: charlas, visitas culturales, talleres de lectura, teatro (tanto ir como organizar representaciones), salir a andar, participar en cursos de cocina…

La recomendación de Ofecum es clara: “Se debe revisar y reforzar la oferta de actividades para mayores y promover espacios de convivencia y tertulia que sean abiertos y sin tiempo y actividades predeterminados, así como habilitar más espacios de socialización”.

La excepción se llama Filomena

No es nada fácil encontrar a personas mayores que quieran hablar abiertamente de su soledad. Ni tampoco, por supuesto, que accedan a ser fotografiadas. La excepción se llama Filomena Tudela Agüera, que además no transmite tristeza ni agonía sino más bien todo lo contrario porque es dicharachera, habla por los codos y tiene un sentido del humor a prueba de bombas. 

Filomena Tudela, una simpatiquísima mujer de 85 años que vive sin compañía en el Barranco del Abogado.

Nació hace casi 86 años en una pedanía de Puerto Lumbreras (Murcia) pero lleva 78 viviendo en Granada, primero en una posada de la calle Alhóndiga y, desde hace 53, en el Barranco del Abogado. Siempre con su marido, Miguel Sánchez, que falleció en 2018. Sin hijos, porque ella sufrió el tifus de pequeña y como consecuencia se le quedó una matriz infantil. Peor pudo haber sido, porque según cuenta, hasta tuvo «una mortaja de la muerte a los pies de la cama». 

Se casó con 16 años y el cura sólo accedió a oficiar la boda a las ocho de la mañana, para que no la viera nadie, porque estaba «en pecado mortal»

Se casó con sólo 16 años, una hazaña por entonces, y para eso tuvo que obtener el permiso por escrito de su padre. «Tampoco le importó demasiado, porque total, yo ya me había ido con mi novio y estaba en pecado mortal», bromea, aunque en su día no se lo tomó tan a guasa la Iglesia. «Un cura accedió a casarnos, pero a las ocho de la mañana, para que nadie nos viera. Y nada de traje de novia; yo iba de negro». 

Dice que siempre se llevó muy bien con su marido y que el secreto de su feliz matrimonio fue «que yo mandaba más que él», ocurrencia que le hace estallar en carcajadas. Ni siquiera se pone triste cuando cuenta que por las noches se despierta a veces porque oye «tocar muy fuerte al timbre de la puerta» y al abrir ve que no hay nadie, pese a que sólo unos segundos antes vio fuera de la ventana a su marido y a su madre (o sea, a la suegra de él). 

No se lo toma como un suceso paranormal, en realidad dice que le molesta un poco sufrir eso de manera tan recurrente. «Llevo un tiempo que, antes de abrir, les digo: a ver si me dejáis tranquila, que me tenéis frita». Su estrategia le funciona sólo a medias, porque «al cabo de tres o cuatro días, vuelven. Y cuando compruebo que en realidad no hay nadie me digo: vaya, mi marido se ha ido sin comer. Y entonces yo misma caigo en mi error: pero cómo va a comer, si está muerto y no puede», explica, exhibiendo un humor negro envidiable.

Duelen más los achaques

No le duele la soledad, o al menos no tanto como los achaques. Tiene la movilidad reducida, sobre todo tras un par de caídas en la casa. Ahora no puede salir, porque para eso tendría que bajar una buena ración de escalones y no se siente con fuerzas. Con frecuencia vienen a visitarla su sobrina Ana María Sánchez, una asistenta, personal de los servicios sociales del ayuntamiento y Doris Hernández, una voluntaria de Ofecum con la que hace lo que más le gusta en el mundo: jugar al parchís. 

Filomena juega al parchís con Doris Hernández, voluntaria de Ofecum.

El resto del tiempo, que es bastante, lo dedica a ver la tele. Cuando se aburre, la apaga. «Así es mi vida ahora, como la de los señoritos», dice con una amplia sonrisa. No se siente en absoluto un estorbo ni ve que se vaya apagando, como le pasa a otros ancianos. Sin admitirlo claramente, porque está claro que es algo que tiene innumerables ventajas por otra parte, sí deja entrever que, por lo menos en eso, le ha beneficiado no tener descendencia. «Las personas mayores que tienen hijos se alegran cuando van a verlas, claro, pero luego ven que ellos tienen sus trabajos, sus propios hijos, sus vidas, y que entonces los mayores se convierten en secundarios. Eso, además de que hay hijos buenos y malos», añade. 

Ella tiene claro que, mientras pueda, seguirá en su casa. «Mi marido y yo siempre decíamos que no se está mejor en otro sitio. A lo mejor me tengo que ir a una residencia cuando ya no pueda valerme, pero por ahora, salvo por mis dolores y mis mareos de vez en cuando, estoy bien. Sobre todo de la lengua», agrega con lucidez y guasa. 

 

 

Comentarios en este artículo

  1. Me encanta
    Es un artículo que puede ayudar a muchas personas que viven solas

    Dori Hernández Villaplana
  2. Genial. Que gran Trabajo y humanidad. Que fuerza y entereza. Grande Filonemena y la voluntaria Dori Hernández. Una gran persona. Aupa Ofecum.

    Mila Estepa
  3. Queremos agradecer al equipo de personas de diversas entidades y otros profesionales y estudiantes, que se sumaron al proyecto^SOS estoy sola/o y no quiero que nadie se entere^ y a la Dirección de Participación Ciudadana e Innovación Social, Medialab de la Universidad de Granada, que en octubre de 2020 realizó una convocatoria para presentar proyectos sociales por vía digital en el contexto de pandemia.

    El objetivo principal de este equipo fué: desarrollar un diagnóstico participativo de la percepción que tienen las personas mayores del Realejo y Barranco del Abogado sobre la soledad no deseada y sus propuestas para reducirla.

    Esperamos y deseamos que estas propuestas sean de utiludad a las entidades del barrio y a las autoridades que tienen la capacidad de tomar decisiones y promover proyectos para mejorar la vida de las personas mayores.

    María Jesús Rodríguez
  4. Mi enhorabuena por sacar a la luz un tema de absoluta actualidad y que sin embargo la sociedad, en general, prefiere ignorar y no reconocerlo como asunto importantísimo que a todos nos atañe y que se debe abordar, de manera comprometida, por el estado y no solo por asociaciones, grupos, etc de manera esporádica y voluntaria. Los proyectos y decisiones que se tomen, por la autoridad competente, redundará en beneficio de la ciudadanía.

    Rosa Rodríguez

¡Danos tu opinión!

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.