Monolito a una memoria sin justicia

familia enguix

Pepe, Ernesto y Francisco Enguix, junto a Charo Galán y Encarna Arquelladas.

«En memoria a Salvador Enguix, su nieto Pepito y la solidaridad de los vecinos de la Bola de Oro. Inundaciones 1968″. La inscripción, grabada en un monolito en las inmediaciones del Paseo de la Fuente de la Bicha, recuerda una tragedia, pero también los lazos de fraternidad de un humilde barrio que se unió como nunca en momentos difíciles. Pese a que este drama compartido pudo no ser un accidente fruto del infortunio, los damnificados nunca lograron «que se hiciera justicia» o, al menos, que se abriera una investigación para esclarecer lo sucedido. «La posición de los presuntos culpables» frente a sus modestos orígenes, y el pasado republicano de Enguix propiciaron que «una posible negligencia» quedase sepultada en el lodo, como sus escasas pertenencias y «la dignidad en los tiempos de la dictadura franquista», lamenta Ernesto Enguix, hijo de Salvador y tío de Pepito -las dos víctimas mortales de aquella tragedia- mientras sus recuerdos retroceden casi 50 años.

bola de oro

El monolito se encuentra actualmente tapado por un seto.

«Resulta curioso» cómo las catástrofes «graban en la memoria detalles» nimios que pasarían al olvido en ese eterno retorno en el que se convierte la rutina diaria. Encarna Arquelladas, hoy con 78 años, recuerda con precisión cada uno de los gestos cotidianos de aquel fatídico 10 de junio del 68, cuando una riada bajó del barranco de la Zorra para ir a parar al interior de su vivienda, arrastrando consigo cuanto encontró a su paso, incluidas las ovejas que momentos antes había visto pastar enfrente. Aquel día hizo cocido y envió a su hija mayor a la tienda del barrio para comprar un limón. Su pequeña no había hecho más que volver cuando un fuerte estruendo alertó a la familia del inminente peligro, relata, reviviendo aquellos instantes de pánico junto a su marido y sus tres pequeñas de seis, cinco y un año. Entonces poco podía sospechar que el agua había robado parte de la vida de sus vecinos, los Enguix, arrebatándoles a dos de sus seres queridos, Salvador, de 58 años, y su nieto Pepito, de apenas 10 meses.

Tampoco Ernesto imaginaba mientras saboreaba «un plato de papas fritas» que una riada estaba a punto de excavar un túnel entre su casa y las dos aledañas. Su hermano y su cuñada se encontraban fuera. “A lo lejos me parecía escuchar voces, pero no oía con claridad. Entonces mi madre me comentó que parecía entrever gran cantidad de agua bajando del barranco. Le dije que cogiera corriendo al bebé y yo salí a buscar a mi padre, que estaba en la cama porque semanas antes había sufrido una parálisis”, cuenta Ernesto, hoy con 71 años. No hubo tiempo de nada. El aluvión irrumpió de golpe en la casa. “La angustia de esos instantes no se olvida nunca. El barro y el agua me impedían respirar. La corriente me arrastró y llegué a pasar por debajo del frigorífico de la vecina ahogándome. Si no amaina la tormenta hubiéramos muerto todos”, afirma convencido. De hecho, a su sobrino mayor lo rescató un vecino, «aún a riesgo de quedar electrocutado al entrar para socorrerlo», se enteró después.

Ernesto Enguix: «Los propietarios de toda esa zona del Serrallo eran familias adineradas con mucho poder. Poco podíamos hacer contra ellos, sobre todo, siendo hijos como éramos de un republicano»

Aunque por la imagen devastada que presentaba el barrio cualquiera habría pensado en una tormenta de dimensiones bíblicas, -de hecho el ejército tuvo que intervenir en la zona- lo cierto es que la lluvia torrencial «no se prolongó más de quince minutos», coinciden todos.

El problema es que los propietarios de los solares anejos al barranco habían vertido en su interior restos de obras, convirtiendolo en una gigantesca escombrera, agregan. “Cuando comenzó a diluviar aquellos cascotes se transformaron en una presa, con lo que el agua quedó embalsada hasta que reventaron. Eso provocó que bajara tanta cantidad y con esa violencia”, cuenta Ernesto, sin saber si la Confederación Hidrogáfica otorgó permiso para que se arrojaran estos vertidos o se hizo de forma ilegal.

«El caso es que nunca se llegó a investigar para depurar si unos u otros eran responsables», se entristece Francisco Enguix, que contactó con un abogado al que conocían, Emilio Sánchez Angulo, para que la muerte de su padre y su pequeño no quedaran impunes. «Al mes me llamó para decirme que el fiscal pensaba cerrar el caso porque, en teoría, no había pruebas del estado previo del barranco», una escueta información por la que le cobró «9.000 pesetas de la época», detalla. Para la familia, que lo había perdido todo, en el carpetazo a la investigación pudo incidir «el poder adquisitivo y la influencia» de quienes arrojaron aquellos escombros, sospechan. «Los propietarios de toda esa zona del Serrallo eran familias adineradas con mucho poder. Poco podíamos hacer contra ellos, sobre todo, siendo hijos como éramos de un republicano», sostiene Ernesto.

Su familia también topó con la Iglesia cuando el cura del barrio insistió en que la beneficencia «se haría cargo de todo», instando a la administración a mantenerse al margen; y «los medios del cara al sol», que vendían cuánto se hacía por los damnificados cuando «la realidad era bien distinta», confiesa Ernesto, junto a su hermano y su cuñada, Charo Galán, que nunca se han repuesto del duro golpe que supone la muerte de un hijo.

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El matrimonio, sumido en un silencio que visibiliza una herida aún abierta, recupera las palabras, sin embargo, para ensalzar la respuesta vecinal ante aquella desgracia, una solidaridad por la que estarán eternamente agradecidos. La Bola de Oro, por entonces un barrio estigmatizado por su pobreza, no solo abrió sus casas a los que lo habían perdido todo. Los vecinos no dudaron en compartir su escasa comida, ropa y ahorros. «Hubo quien nos llego a ofrecer su cartilla para que dispusiéramos de lo poco que tuviera», cuentan los Enguix, para los que el respaldo de su comunidad restó amargor a esos años de «justicia ciega».

Más difícil de digerir que la impunidad es el hecho de que nunca volverán a ver a Salvador y Pepito, reconoce con los ojos inundados en lágrimas Ernesto. Dos manos unidas -una pequeña y otra grande- en una gran bola de Oro -símbolo del barrio- recuerda hoy día que ambos se fueron juntos.

Francisco Enguix: «Al mes me llamó [su abogado] para decirme que el fiscal pensaba cerrar el caso porque, en teoría, no había pruebas del estado previo del barranco»

Fue Pepe Enguix, hijo pequeño de Charo y Francisco nacido tras la tragedia, quien diseñó la escultura, después de que su madre, durante un paseo por las obras del barranco, se lamentase de que nada honraba allí a las víctimas. Sus palabras lo convencieron de la necesidad de solicitar al Ayuntamiento la inclusión de un monumento para que la memoria colectiva no muriese con las generaciones que protagonizaron las inundaciones del 68.

Le ayudó a conseguirlo la concejal socialista Ana Muñoz Arquelladas, aquella niña de apenas un año a la que Encarna y su marido sacaron de su casa anegada junto a sus dos hermanas. «Como el Ayuntamiento no daba contestación alguna, incluso pensamos en financiar alguna escultura entre los vecinos», cuenta. Ante el silencio del gobierno local trasladaron la propuesta a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, como responsable de las obras, y a la Subdelegación del Gobierno, a los que «les pareció buena idea», se alegra.

La inauguración de la escultura, en febrero de 2011, fue «muy emotiva para todos», describe Pepe, que la ideó como fuente -aunque actualmente no funciona como tal- por el papel del agua en esta trágica historia. «El agua te da la vida, pero también te la quita», afirma, convencido de que las «diferencias sociales» de la época condicionaron la búsqueda de responsabilidades. El monolito en honor a su abuelo y su hermano -hoy «prácticamente tapado» por un seto, cosa que ha denunciado en varias ocasiones la asociación vecinal de Bola de Oro– arroja memoria donde no hubo justicia.

Comentarios en este artículo

  1. La historia no ha podido caer en mejores manos. Gracias Lorena por contarla tan bien y con tanta sensibilidad.

    Ana Muñoz
  2. Más bien gracias a vosotros por compartirla conmigo.

    Saludos!

    Lorena Moreno
  3. Hola, soy un vecino «nuevo» de la zona y siempre me llamo mucho la atención esa estatua (o fuente). Busque informacion pero no encontre gran cosa.
    Gracias Lorena por este articulo que nos acerca a la historia de una barrio tan especial como este. Gran labor la de Granada Imedia en general.
    Saludos!

    Alex

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