
El Realejo se resiste a dejar de ser barrio. En medio de la pandemia, abren nuevos negocios tradicionales. Foto: Lucía Rivas
En los últimos meses, la pandemia ha hecho que proliferen los carteles de Se Vende o Se Alquila en casi todas las esquinas de Granada. Una desgracia, sin duda. Pero pese a todo, hay emprendedores que se resisten a tirar la toalla. Y en el Realejo, un barrio señero que quiere seguir siendo eso, un barrio, varios empresarios han desafiado a todo lo que se les ha puesto por delante, han abierto sus negocios y los han mantenido contra viento y marea.
Las suyas son, además, tiendas relacionadas con el comercio tradicional y no con ese turismo mal entendido que estaba empezando a convertir la zona en una especie de parque temático, saturado de trolleys, azotado por la gentrificación y perdiendo su identidad a marchas forzadas.
El impulso de las personas que aparecen en estas líneas, y por supuesto de quienes acuden a sus tiendas, llevan a sus hijos a jugar al Campo del Príncipe o fomentan la cultura en recintos como el Liceo Cultural Berta Wilhelmi, contribuye decisivamente a que el Realejo no deje de ser lo que siempre fue. Aquí van algunos ejemplos de personas que luchan por eso.
Alberto Sánchez y Luciana Velázquez acaban de abrir en la calle Molinos la librería ¡¡¡Tremenda!!!, nombre francamente peculiar que, confiesa él, surgió de un sueño que tuvo. «Eso de ¡tremendo! o ¡tremenda! es una expresión muy habitual en Argentina, de donde es Luciana. Una noche soñé que era así como debía llamarse la librería», comenta.
Un negocio de letras y de locos, como casi todos
El empresario asume que para montar un negocio «hay que estar un poco loco», y más aún en estos tiempos «en los que muchos locales están cerrando», pero él y su pareja se quedaron sin trabajo y, en vez de buscar otro, decidieron arriesgarse y contribuir de paso a alimentar la vida cultural del Realejo, que es un barrio «donde hay por ejemplo mucha gente de la música y del arte, pero faltaba este espacio. No sólo para comprar libros sino también para presentarlos, hacer cuentacuentos, recitales de poesía, charlas… Que sea parte del barrio y que la oferta genere la demanda, ese es el objetivo».

Alberto Sánchez atiende a una clienta en el interior de la nueva librería ¡¡¡Tremenda!!! Fotos: Lucía Rivas
De momento es pronto para saber si les va bien en lo económico, pero están muy satisfechos con la acogida del público. «Algunos entran para felicitarnos, nos llamó la atención que unos nos dijeron que les encantaba que esto fuera una librería porque, mientras estábamos haciendo la obra de remodelación, pensaban que sería otro bar», bromea, y ya más en serio destaca que «aunque los bares nos encantan a todos», en el Realejo hacían falta otros negocios, «sobre todo que no estén relacionados con la inmediatez, con esos sitios de comida rápida o de pedir un café y llevártelo. Aquí la idea es que la gente entre y pase todo el tiempo que necesite hasta que decida qué libro quiere comprar. También para que busque asesoramiento si lo necesita y que se lo demos si está en nuestra mano, claro».
Alberto rompe dos tópicos. El primero, el de que los niños no leen. «Aquí ha entrado una niña de 12 años tres días seguidos a ojear todo lo que había y el tercer día ella se llevó un libro y su padre un cómic. Y puedo asegurar que hay muchos como ella». El segundo, que el libro electrónico es el enemigo de las librerías tradicionales. «Al final de lo que se trata es de que la gente se aficione a leer. Si tu primer acercamiento es un cómic, estupendo. Si es un libro electrónico también sirve. Muchos empiezan con ellos y luego se pasan al libro tradicional, que es verdad que tiene la ventaja del tacto, el olor… Pero el electrónico también es válido para leer cosas que en papel están descatalogadas. Yo no sólo no lo veo mal, sino que lo consumo», concluye.
Flores para alegrar el ambiente
En la acera de enfrente, pero sin salir de la calle Molinos, abrió en septiembre la floristería Colmado Verde, que tiene al frente a Luisa Contreras. Gallega, pero residente en Granada desde 1992, llevaba años trabajando una técnica milenaria japonesa llamada Kokedama (bolsa de musgo, en español) a la que llaman la maceta de los pobres, porque necesita muy pocos cuidados. Empezó a venderla en mercados de artesanía y de ahí surgió la idea de montar la tienda.
La instaló en el Realejo porque le encanta el sitio. «El Albaicín, donde he vivido muchos años, se ha convertido en un parque temático. Hay algunas zonas donde no puedes ni comprar una barra de pan, es todo para los turistas y no puedes salir a la calle sin que te hagan una foto. Aquí en cambio todo es muy cómodo y hay negocios de siempre: una pollería, una pescadería, una ferretería, un supermercado ecológico…» enumera.
También le encanta que convivan dos tipos de personas. «Por un lado están las mayores, las que llevan aquí toda la vida, que van por la calle con sus carritos, que van a tiendas donde les fían para el día siguiente… y por otro hay muchas familias jóvenes, con hijos pequeños, que se han mudado aquí porque ven vida de barrio, llevan a sus hijos al parque, a los colegios que tienen aquí mismo… Las ciudades tienen que ser para los ciudadanos. El turismo puede ser pan para hoy y hambre para mañana. La industria puede reconvertirse, pero con el turismo no es tan fácil, y me gusta del Realejo que pelee por no perder su identidad. Cuando viajo quiero saber cómo vive la gente de allí. Para ver lo mismo que en mi casa, me quedo aquí y me ahorro tres aviones», explica.

Luisa Contreras, en el interior de su floristería, El Colmado Verde.
El Colmado Verde abrió un lunes y el día siguiente se ordenaron nuevas restricciones que por suerte para ella, al incluirse la floristería como actividad esencial, no le obligaron a cerrar. Todos los trámites previos a la apertura sí los tuvo que hacer durante la pandemia, algo que no le quitó las ganas a esta luchadora nata. «Yo me comí la reconversión naval en mi tierra siendo joven, luego pasé una crisis de los ochenta muy dura… Problemas en la vida siempre va a haber, pero también tienes que comer todos los días. La vida sigue y tienes que lanzarte al agua sin pato», relata, de manera muy gráfica. Aunque reconoce que se alegra de haber podido mantener las puertas abiertas. «En el primer confinamiento hubo gente de este sector que perdió muchísimo dinero».
Está encantada por la marcha del negocio. «En otra época puede que me hubiera ido mejor pero no me quejo porque hay mucha gente que me felicita, que se alegra de ver tiendas así. Las personas necesitamos alegría y si esta tienda se la da, pues estupendo», finaliza.
El francés que, entre León y Burgos, eligió Granada
La de François Novelli es una historia curiosa. Este francés tuvo la ocurrencia de montar una tienda de productos de su país en España cuando la conoció haciendo el Camino de Santiago. Pensó primero en el norte pero, mientras se decantaba entre León y Burgos, se acordó de que una novia que tuvo mientras era peregrino le dijo que Granada era su ciudad preferida. Así que terminó recalando aquí e instaló Chez François en la Cuesta del Realejo.
«Valoré la vida del barrio y el tipo de gente que vive aquí, porque hay dos tipos principales: gente muy local que siempre vivió aquí y otra más nueva, muchos extranjeros, que da una dinámica especial al barrio. Hay un negocio colombiano, un bar de un holandés y una francesa, un italiano que tiene un café… Es muy dinámico, me sentí bien en ese contexto», incide el empresario, que desde luego no empezó con buen pie: sólo diez días después de abrir, se decretó el estado de alarma. No tuvo que echar el cerrojo porque la suya está catalogada como tienda de comestibles, pero al no haber apenas gente en la calle, el efecto negativo fue evidente.
«No me sentí frustrado porque la frustración entiendo que te entra cuando has cometido un error y tienes que afrontar sus consecuencias. Pero sí que resultó todo muy difícil, claro, porque en el momento de abrir tenía dos opciones de comunicación: una era más de publicidad por redes sociales y demás, que no me gustó mucho. Preferí invertir en calidad de productos y en boca a boca, pero eso, cuando la gente no podía moverse, no se reveló como una buena idea», recuerda.

François Novelli muestra algo de lo que se vende en su tienda de productos franceses.
En su caso, al trabajar con productos de importación, se encontró también con el hándicap del cierre temporal y parcial de algunas fronteras, aunque eso finalmente no fue para tanto. «Entre el 50 y el 70% de lo que vendo aquí no he tenido problemas para conseguirlo», relata con un optimismo que demuestra aún más en su siguiente comentario: «Pese a todo ha sido experiencia genial, porque ha habido muchos problemas que resolver y veo que las cosas van cada día un poco mejor».
François Novelli ha aprendido mucho sobre olas. Su tienda pasó por la del confinamiento y luego por la del verano, más comercial que sanitaria. Eel barrio «se suele vaciar a mitad de julio durante cuatro o cinco semanas, pero este año muchos clientes habituales se fueron en junio y los volví a ver a final de septiembre. Las cifras de julio, que estuve todo el mes abierto, fueron peores que las de marzo. En agosto cerré porque pensé que sería lo mismo. Septiembre ha ido mejor, octubre mejor que septiembre, noviembre mejor también…». O sea, que hay motivos para confiar.
Por ejemplo, la Navidad, que «es un buen momento para vender», y también, en su caso particular, el haberse sabido reciclar «para crear páginas en Facebook e Instragram, para comprar muchas otras cosas, para cambiar las ofertas… Me he adaptado a las nuevas circunstancias para encontrar soluciones». Y no le faltan ideas de cara al futuro, cuando las restricciones pasen a la historia. Por ejemplo las catas privadas. Es algo que me piden muchas veces y que quiero hacer cuando se pueda».
Pan de toda la vida para gente de toda la vida

Mario Caballero y un ilustre asiduo de su panadería de la calle Molinos: un miembro fundador del mítico grupo Los Ángeles.
Mario Caballero es un joven componente de la tercera generación de unos panaderos con solera, Caballero y Baena. Desde hace menos de un año también están en el Realejo. Para no salirnos mucho de nuestra ruta, en la calle Molinos. Considera que es un barrio «muy bonito y donde sigue habiendo el ambiente de siempre y donde la gente se conoce y se saluda», no como otras zonas de Granada «donde las cosas han cambiado mucho y no conoces ni a quien vive en tu bloque».
Su panadería, especializada en productos artesanos, ha estado abierta durante toda la pandemia pero aun así ha sufrido sus efectos. La caída del turismo le repercutió indirectamente «porque aunque aquí la gente no venía a llevarse artículos turísticos, sí que entraba gente a comprar un dulce o a tomar algo de camino a la Alhambra».
Más negativo fue el efecto de que la Escuela de Arquitectura suprimiera las clases presenciales. El trasiego de estudiantes en busca de un café o un tentempié a media mañana casi ha desaparecido, pero sí se mantiene el ir y venir de esos vecinos que buscan «el trato cercano», el que te reconozcan nada más entrar, pese a la mascarilla, y te llamen por tu nombre. Eso, en el Realejo, parece que no va a perderse así como así. Los comerciantes lo agradecen y los vecinos también. Unos y otros coinciden en que los malos tiempos terminarán por irse. «Hemos llegado al punto más bajo y ahora nos queda volver a subir», pronostica Mario Caballero, a modo de ilusionante despedida.
Muchas gracias, bonito reportaje.¡¡¡ En la Calle Molinos en plana pandemia también mi sobrina Cristina Camarero ha abierto una peluquería canina. Todos necesitan apoyo aunque sean valientes y nos presten servicios necesarios. Gracias y Felices Fiestas.
Fátima Camarero Clemot