
José Ortiz, en su esquina de la esquina con Cárcel Baja. Foto: GiM
José Ortiz lleva desde los 12 años vendiendo prensa, y ya tiene 62. Empezó ayudando a su padre en el quiosco situado junto al edificio El Americano, al comienzo de Gran Vía según se llega desde la Avenida de la Constitución, y aguantó hasta diciembre de 2012, momento en que cerró… para mudarse. Este mismo mes de marzo, José ha vuelto a ser quiosquero en Gran Vía, pero ahora casi al otro extremo, en el establecimiento de la esquina con Cárcel Baja, a pocos metros de la Capilla Real.
«La mudanza ha tardado porque la permuta con el Ayuntamiento es un proceso largo, pero aquí estoy otra vez. Realmente la concesión se nos cumplió en 2010, 50 años desde que la sacó mi padre. Pero en esos dos años empecé a mover los trámites para que me permitiesen venirme a este lugar, que ya estaba vacío, porque me parecía mejor», explica, mientras atiende a un habitual que lo ha seguido hasta el otro extremo de la calle.
«Esta zona es de más tránsito turístico, hay más cafeterías, está la Catedral y la salida del Albaicín por la cuesta de las teterías. Algo caerá«. Y señala un extremo del mostrador de los periódicos, donde se acumulan Le Monde, The Telegraph y otros periódicos extranjeros. «Me han pedido prensa italiana, así que la estoy esperando». Eso «y una pieza para el carrito de la balda. Estos quioscos son tan específicos que he tenido que encargar a la ferretería que me la hagan«, y le da con el pie a una de las cajas que lo sujetan por el momento.
«En aquella zona el golpe nos lo dio el traslado de las delegaciones de la Junta al edificio de Joaquina Eguaras«, asegura. «Eso son unos 500 ó 600 funcionarios que se nos fueron y que movían los negocios de esa parte, porque eran habituales. Fíjate que hasta la cafetería que hacía esquina con La Normal ha cerrado». José, que lleva literalmente toda su vida trabajando en Gran Vía, concluye también que «difícilmente lo veo recuperándose. De Azacayas hacia allá son todos edificios bajos y locales enormes, que con la renta actualizada de 3000 euros de alquiler no van a bajar. ¿Qué negocio va a aguantar eso?».
Cuando explica su horario, casi se disculpa: de 7.30 a 15.30 y de 17.30 a 21.30. «No hecho más horas porque tengo apnea del sueño y el médico me ha dicho que si pretendo descansar, no me conviene. Ya no puedo con 16 horas de quiosco como echaba antes«. En ese sentido, es un nostálgico de la prensa de antes, cuando el papel era el rey, «antes de internet, que nos mató las ventas tanto de periódicos como de revistas, y ya nadie más joven de 50 años compra prensa escrita a diario». Por eso, sigue enseñando a leer a sus nietos con la prensa del día «aunque me pone de los nervios que haya cada vez más faltas de ortografía«.

José Antonio Rodríguez, durante más de un año el único quiosquero en Gran Vía. Foto: GiM
Durante la ausencia de José, su tocayo José Antonio Rodríguez se convirtió temporalmente en el único quiosquero de Gran Vía. Es mucho menos veterano, apenas lleva seis años gestionando el quiosco situado junto a la esquina de calle Arteaga, que le cedió el anterior dueño, amigo de su familia, cuando se jubiló. «En todo 2013 no tuvimos competencia, pero ya os digo que ha sido el peor año desde que tenemos el quiosco. Si no fuese porque mi mujer tiene otro trabajo, habría cerrado», comenta.
Como su colega, también echa de menos los edificios oficiales. «Esto se ha quedado un poco muerto. Esos clientes no sólo eran fijos, de pasar por aquí todos los días, es que además no habían visto bajar sus ingresos tanto como otros. Se podían permitir hacer una colección o comprar una revista todos los meses, y al final los quioscos vivimos de eso«. Los habituales siguen llegando, sobre todo «mujeres mayores que compran prensa del corazón».
«Lo que de verdad me renta ahora mismo son los chicles o el agua. En esos casos puedo negociar con el distribuidor y a cada paquetito o a cada botellita le saco 60 céntimos. A un periódico, sea el que sea, le ganó por ejemplo 20 céntimos. Si el quiosco entero fueran chicles, ganaría mucho más», y sonríe. También señala los tebeos de la primera línea: «parecía que se habían perdido pero son un experimento de la distribuidora. Me dejan unos cuantos, y si no se los devuelvo, me traen más«.
Para el futuro tiene un temor y una esperanza. El temor es la inminente llegada de la futura Línea de Alta Capacidad (LAC). «Hay mucha gente que coge el bus en los barrios y se viene al centro a pasearse. Aunque no sean habituales, algo compran. ¿Y si hacer trasbordos los saca de aquí?«. La esperanza es la sede del Centro de Transferencia Tecnológica de la UGR, «que significa personal funcionario que pase por aquí todos los días. Espero».
Y mientras tanto, señala a los lados de sus baldas de periódicos, donde se acumulan DVDs de promociones anticuadas, y al frente, al revistero que apoya en la fachada de la manzana entre Azacayas y Arteaga: «a vender lo que se pueda y ponerlo bien a la vista, porque lo que no se ve, no se antoja«.
(17-03-2014)
José Ortiz, qué alegría encontrarte de nuevo! Yo ya iba al kiosko de tu padre en la esquina de la Tinajilla y luego al tuyo cuando se trasladó al Americano. Ya me pasaré. Enhorabuena!!!!!
Irene
Mucha suerte y buenas ventas.
kioskero