
Rufo, en un evento reciente en la Plaza de la Unidad. Foto: Arsenio Cañete
En 35 años caben demasiados recuerdos. Se precisan mucha ilusión y mucha energía para dedicar más de tres décadas al movimiento vecinal y hace falta también una buena dosis de determinación para decir adiós a algo que ha ocupado la mitad de una vida. José Fernández Ocaña, conocido por todos como Rufo, se despide de la Asociación de Vecinos de la Chana, en la que ingresó en 1988 como vocal de Trabajo y cuya presidencia ha asumido desde 2007. Lo hace con la grata sensación que produce la consciencia de haber participado en la transformación de un barrio y el sabor agridulce que dejan las batallas aún pendientes.
Originario del barrio de la Cruz pero chanero “hasta la médula”, Rufo se debate entre la desilusión por los proyectos que no consiguen ver la luz pese a la lucha infatigable y la esperanza depositada en las personas que aspiran a tomar el relevo con fuerzas renovadas.
“Cuando llegué al barrio estaba todo por hacer. Fue una etapa muy ilusionante porque había que luchar por todo, muchas de las calles estaban sin asfaltar, no había centro de salud, no había instalaciones deportivas, no había nada”, afirma. Y con todas las posibilidades por delante y la motivación de la juventud, comenzó a trabajar para que todos los vecinos de la Chana pudieran disfrutar de un barrio más habitable, con más servicios y más oportunidades.
El centro de salud, la biblioteca, el Teatro José Tamayo, el pabellón deportivo… fueron entonces algunos de los frutos de la lucha vecinal, las recompensas más visibles de un trabajo diario que requiere muchas horas y que “te coloca en una situación a menudo incómoda, entre las administraciones y los ciudadanos”, apunta.
Y añade que no ayuda mucho a mantener el ánimo “la poca atención” que las administraciones prestan a las asociaciones. “Las juntas municipales de distrito, al no ser vinculantes, no tienen demasiado sentido. La idea inicial era que las asociaciones tuvieran incluso una pequeña asignación presupuestaria para arreglos inmediatos en el barrio, pero aquello quedó en nada”.
La cicatriz de la Chana
Ante este panorama, perder la ilusión es fácil. La sucesión de promesas incumplidas por los distintos partidos políticos y el esfuerzo que supone conseguir un mínimo avance en los proyectos del barrio van provocando un desgaste progresivo y la sensación de estar librando una lucha estéril.
En un distrito que crece a ritmo acelerado y donde los límites tienden a difuminarse, la cicatriz que representan las vías del tren se hace aún más visible. De un lado, las viviendas antiguas que necesitan una urgente remodelación. De otro, las nuevas zonas de expansión, como Las Alquerías o el Parque Almunia, que llegan con la promesa del rejuvenecimiento. “Llevamos desde 1997 luchando por el soterramiento. Y aunque no dejan de sucederse las promesas de cambio, seguimos en el punto cero, la Chana continúa desangrándose por la misma herida”, señala.
Los frutos del trabajo
No todo son, no obstante, sinsabores en la lucha vecinal. El trabajo constante, la reivindicación y la mediación también han ido dando sus frutos y han permitido una progresiva transformación del barrio. Algunas de las demandas históricas han encontrado respuesta, más o menos tardía, por parte de las administraciones.
Es el caso de la Carretera Antigua de Málaga, una de las arterias principales de la Chana, cuya remodelación se ha completado ya en dos de sus tres fases. También la Plaza de la Unidad ha experimentado una reforma integral gracias a los fondos EDUSI gestionados por la Diputación de Granada, que han dejado cerca de un millón de euros en esta y otras intervenciones en el barrio.
Asimismo, hace escasos días se recepcionaban por fin las obras del Bulevar de Las Perlas en su tramo más próximo a Las Torres. Una zona que, pese a que la actuación concluyó hace aproximadamente un año, ha permanecido todo ese tiempo cerrada por problemas con la documentación.
El futuro y la esperanza
Mientras unos frutos se recogen, surgen otros brotes verdes. El pasado 16 de octubre la consejera de Fomento, Rocío Díaz, y la ministra de Agenda Urbana, Raquel Sánchez, firmaban en Granada los acuerdos para impulsar la rehabilitación de 171 viviendas en la provincia, 94 de ellas en la Chana, con cargo a los fondos europeos Next Generation. Las obras contemplan mejoras en la eficiencia y sostenibilidad de la climatización, los sistemas de calefacción y la instalación eléctrica de los edificios.
La actuación, que ha sido muy bien recibida entre los vecinos, comenzará por las viviendas situadas junto al Teatro José Tamayo. “Ha sido una gran noticia para nuestro barrio, pues mejorará las viviendas antiguas, que contrastan notablemente con las de nueva construcción en las zonas de expansión. Nos gustaría que este fuera el primer paso para un plan de rehabilitación más amplio”, afirma Rufo.
La Chana es cultura
La vida cultural es otra de las prioridades de Fernández Ocaña, que se siente especialmente orgulloso de su Festival Flamenco, con treinta y ocho ediciones a sus espaldas, o del Festival Independiente de la Chana (FICH), nacido en 2011 de la iniciativa juvenil.
“Creo que el trabajo que hemos ido haciendo florecerá en unos años”, sostiene el aún presidente, que confiesa estar “muy ilusionado” por lo que está por venir. Como ejemplo, la Azucarera de San Isidro, que albergará el nuevo Campus de Sostenibilidad de la UGR, un espacio donde se instalarán distintos grupos de investigación medioambiental para desarrollar sus proyectos de forma transversal y que tendrá, además, distintos usos para la ciudadanía.
También es motivo de orgullo el desarrollo del arte urbano en el barrio, que hace solo unos meses acogió el Meeting of Styles (MOS) Andalucía, un encuentro de carácter internacional que reunió en la Chana a más de medio centenar de muralistas y graffiteros de referencia.
“Yo siempre he entendido que los barrios van por etapas y ahora estamos en una etapa distinta que requiere la implicación de nuevas generaciones”, afirma Rufo, quien no duda de la capacidad de la gente joven del barrio, “personas muy formadas, con ideas frescas y ganas de tomar el relevo para afrontar los nuevos desafíos”.
Y es con esa esperanza de regeneración con la que Rufo abandona las primeras filas de la lucha para dar paso a otras cosas. “Quiero disfrutar de mi jubilación, de mi nieta, de mi familia”, sostiene, aunque asegura que seguirá echando una mano en todo lo que se le requiera y no abandonará la lucha de la Marea Amarilla.
“Han sido muchos años de trabajo y muchos quebraderos de cabeza pero también han sido innumerables los buenos momentos en la junta directiva”, declara. Aunque resulta difícil elegir entre el repertorio de recuerdos, hay algunos que ocupan un lugar privilegiado en la memoria. “Echo muchísimo de menos a Antonio Valverde, compañero y amigo, y creo que todas las horas que hemos dedicado al barrio, todo ese tiempo de convivencia, ha merecido, sin duda, la pena”.
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