El mejor aliado de E.D. es el calor. Cuanto más suba la temperatura, más abanicos venderá. Y cuantas más mujeres mayores paseen por Plaza Nueva, más posibilidades de llevarse dinero al bolsillo. “Con la crisis, los jóvenes no tienen dinero o, si lo tienen, prefieren gastárselo en la terraza de los bares o en otra cosa”, comenta.
E.D, al que no le importa que le llamen Antonio ante la dificultad de pronunciar su verdadero nombre, es uno de los manteros senegaleses que a diario se apostan entre los árboles de la céntrica plaza del Albaicín, frente a las terrazas. Cuatro o cinco de ellos exponen la mercancía –gorras, pulseras, abanicos, gafas…- y uno de ellos se encarga de vigilar para alertar de la presencia policial y, en ese caso, salir disparados como alma que lleva el diablo.
En el tiempo que dura la conversación, sólo en una ocasión hace acto de presencia un coche patrulla que pasa de largo. Antonio, como el resto de sus compañeros, no tiene otra forma de ganarse la vida. “Es ilegal, sí, pero lo necesitamos para sobrevivir a la espera de conseguir un trabajo. Quiero un empleo para cotizar mañana, pero ahora la cosa está muy mal. Cualquier cosa menos pedir, robar o vender droga”, explica. Lo de la limosna, un hábito hasta hace poco insólito entre subsaharianos, no lo aprueba. “Hay que sudar”, añade.
Mientras responde a las preguntas tiene un ojo puesto en la calle Reyes Católicos. No quiere problemas con la Policía. De momento no le han multado por la venta ilegal en la calle, sanciones que oscilan entre 200 y 300 euros, más la incautación del material; él –dice- es más partidario de dialogar en situaciones complicadas aunque prefiere hacerlo con los agentes que visten el tradicional uniforme de la Policía Local que con los “negros”, la brigada antidisturbios.
«Quiero un empleo para cotizar mañana, pero ahora la cosa está muy mal. Cualquier cosa menos pedir robar o vender droga”
E.D. tiene 45 años, una mujer y una hija en Senegal. A esta última la conoció el pasado mes de febrero después de cinco años en Europa. Le gustaría traerse a su familia a Granada pero la manutención aquí de una familia es mucho más costosa que enviar dinero cada cierto tiempo a su país de origen. En la actualidad comparte piso con otras cinco personas, aunque dos de ellas se han trasladado a la costa.
En sus cinco años en Europa ya puede relatar varias experiencias. Antes de llegar a nuestro continente se embarcó en el ‘Excalibur’, un pesquero italiano donde trabajaba en condiciones de semiesclavitud. “Apenas dormíamos una hora al día y buena parte de nuestro salario se lo quedaba el gobierno de Senegal”. A España llegó con un visado de tres meses cuando entonces había trabajo como temporero, en este caso en la Mojonera (Almería), donde tuvo oportunidad de regularizar su situación.
De allí se trasladó a Pamplona para trabajar en un matadero, luego se reencontró con la mar. Fue en Bermeo (Vizcaya), donde le trataron “como a uno más”. Todo lo contrario de lo que le ocurrió en Galicia. “Un día el patrón me dio por equivocación la nómina de otro compañero español y comprobé que ganaba tres veces más que yo”, sonríe. Pronto comprobaría los efectos de la crisis pues, a las primeras de cambio, fue reemplazado en el barco por un nativo.
En Granada se siente bien aunque lo que él desea es un empleo. “Las cosas van a cambiar”, asegura. Se refiere a su suerte con el trabajo aunque no se sabe si lo dice plenamente convencido o es más bien un anhelo. La mañana se salda con la venta de tres abanicos, que se traduce en unos ingresos de 8 euros. Poca cosa. Presagia, no obstante, “días mejores”.
(8-7-2013)
[…] cosa menos pedir, robar o vender droga”. Ése es el límite que establece E. D., un mantero de Senegal que vende abanicos en el Albaicín y pasa el día con un ojo puesto en el termómetro, con la esperanza de que el calor apriete, y el […]
Granada despierta vendiendo abanicos | Granada despierta
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