Hace más de seis meses que la empresa de reparto para la que trabaja dejó de pagarle. Los ahorros le permitieron afrontar la hipoteca hasta hace poco, cuando “con mucho esfuerzo” toda su familia reunió “el granito que no tenía” para evitar que pierda su vivienda. Ahora el barrio en el que creció, el Zaidín, evita que sus hijos pasen hambre entregándole alimentos. No se ha atrevido a contárselo a sus hermanos –“ya han hecho suficiente” con la cuota de la casa- pero desde que su pareja se quedó en paro y sus nóminas se esfumaron no es fácil llevar algo a la mesa. “De la noche a la mañana” se ha convertido en parte de esa estadística –el tercio de andaluces que vive por debajo del umbral de la pobreza– que le sacaba las lágrimas mientras veía el telediario, atragantándole el bocado en la garganta.
Ahora, cuando no hay bocado que llevarse y las cifras llevan su rostro, es consciente de que la solidaridad es lo único que lo separa de la indigencia. Antonio -que prefiere no desvelar su verdadero nombre- es uno de los muchos zaidineros que acuden al ‘banco de alimentos’ que se ha improvisado en la sede de la asociación de vecinos Zaidín Vergeles.
«El barrio se está volcando desde que dimos la voz de alarma para hacer una colecta permanente que evitara que nuestros convecinos sigan pasando hambre. No para de venir gente a traer comida. Personas que también viven con lo justo, pero que no quieren mirar para otro lado, comparten lo poco que tienen para hacer algo», explica Pepe Yáñez, vicepresidente del colectivo.
La idea de transformar la sede de la asociación en lugar de recogida y reparto continuo de alimentos llega -según recuerda- ante la «reiterada negativa» del Ayuntamiento a facilitar un local que permita impulsar un banco de alimentos en el Zaidín.
«Tenemos un listado de más de 100 vecinoscon necesidades extremas. Hablamos de familias sin ningún tipo de ingresos, con todos sus miembros parados y que están pasando hambre», cuenta Yáñez, para el que la situación social es «alarmante».

Mari, que prefiere no desvelar su verdadero nombre, recibe alimentos básicos para su familia en la sede de la asociación.
Entre ellos se encuentra Mari. Esta madre de siete hijos, todos menores salvo dos, sufre un «auténtico calvario» desde que dejaron de avisarla para limpiar por horas en distintas casas y su marido se quedó en paro. Hace meses que no sabe qué cuento inventar para salvar a sus pequeños de la realidad de una mesa de migajas. «¿Cómo les explicas a tus niños que no queda nada en la olla cuando te están diciendo que siguen con hambre?», pregunta con los ojos bañados en lágrimas. «Si alguno de los dos encontrara trabajo todo cambiaría. Pero por más curriculums que echamos, nada…», sugiere, mientras sus vecinos le llenan el carrito de la compra de todo tipo de alimentos.
Ella también comparte lo poco que tiene con otras personas que, igualmente, lo están pasando mal. De hecho su marido heredó a la muerte de sus suegros un pequeño solar en un pueblo del área metropolitana que sirve de aparcamiento a una vieja caravana. Hace meses que cedieron gratuitamente vehículo y terreno a una pareja con un bebé que desahuciaron. Ahora es su hogar. «Al menos así no están en la calle», señala Mari, convencida de que las cadenas de favores cambian el mundo.
En esto mismo confía Juani, víctima de malos tratos y divorciada con tres hijos a su cargo, dos de ellos pequeños de 9 y 12 años. Su situación ha llegado a ser tan «desesperada», confiesa, que se ha sumido en una profunda depresión y las crisis de ansiedad le roban al aliento continuamente. «En cualquier momento me cortarán la luz. Ya me han dado el aviso porque tengo facturas atrasadas y sigo sin encontrar trabajo. No sé qué hacer», explica entristecida, mientras repite con insistencia su único deseo: que ella o su hija mayor, de 20 años, encuentren empleo «para poder sacar adelante a los dos pequeños».
«Los citamos individualmente para mantener su anonimato, ya que a muchos les da vergüenza. Los productos, que previamente han sido clasificados por voluntarios, se entregan en función del perfil de la familia. En este caso, por ejemplo, como tiene niños echamos lácteos como leche, yogurt o queso, galletas y cereales, a los que se suman otros básicos para la comida diaria del tipo pasta, garbanzos, patatas», cuenta Yáñez.
Sus palabras son interrumpidas por una llamada en la puerta de la asociación. Una vecina trae una bolsa llena de comida y una caja de leche para donarlos. «A pesar de que su paga es muy pequeña ya ha venido varias veces», explica Yáñez tras su marcha. «Al igual que ella, cientos de personas se han pasado para dejar comida», cuenta el vicepresidente del colectivo, para el que «mientras no se recupere la justicia social y se cambie este injusto sistema», no queda otro camino que la «solidaridad» para «evitar que la gente que lo está pasando mal se hunda».
(11/04/2013)
[…] es alarmante. Para evitar que las familias del barrio sigan pasando hambre, el Zaidín ha impulsado un ‘banco de alimentos’ de emergencia. Informa de su puesta en marcha L. Moreno en […]
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