Los misterios en torno al agua que circulaba por el Albaicín son tan asombrosos como ilustrativos. Cuenta Rafael Villanueva, asesor en materia de agua de la Fundación Emasagra y la Agencia Albaicín Granada, que al aljibe del Rey, conocido como el aljibe Viejo (Al-Qadim), por ser el depósito de almacenamiento más antiguo del Albaicín y el de mayor capacidad, se arrojaban galápagos de color verde, también llamados de “perra chica”, para que se comieran las larvas y gusanos que contaminaban el agua.
Ésta procedía de la acequia de Aynadamar, la fuente de las lágrimas, un sistema hidráulico de más de 13 kilómetros de longitud que regaba campos y llenaba viviendas y aljibes públicos como el del Rey o los de San José y el de la calle Trillo, del siglo XI y XII respectivamente. La acequia entraba por la puerta de Fajalauza y la calle del Agua y luego se abría en ramales para abastecer a buena parte de la ciudad.
«En la Granada islámica se bebía vino de las viñas de Alcalá la Real y se fumaba hachís»
Para los musulmanes el agua era algo más que un elemento sagrado. Además de conferirle la función purificadora antes de cada plegaria, ritual que aparece también en la religión católica, el agua les servía para mantenerse aseados y, sobre todo, una excusa perfecta para entablar relaciones sociales.
En torno a esta primitiva red de abastecimiento que se construyó en el Albaicín se fueron abriendo al público los baños árabes, donde hombres y mujeres hacían uso de sus propiedades siempre por separado. “Lo que mucha gente no sabe es que en la Granada islámica se bebía vino de las viñas de Alcalá la Real y se fumaba hachís, porque entendían que era una forma de acercarse a Dios. Se bebía y se comía después del baño, y se desarrollaba una relación social”, revela Villanueva. Con la entrada de los cristianos, todos estos baños no tardan en cerrarse al considerarse lugares de “latrocinio y pecado”.
El agua de los baños se calentaba con boñigas secadas de burro y caballo
El edificio del Bañuelo, a pie del Darro, perdura en el tiempo. Villanueva explica que era uno de esos lugares magníficos para conspirar, pues allí no entraban los cristianos viejos, poco familiarizados con el aseo. Estos últimos resolvían la cuestión higiénica en palanganas o calderos que luego evacuaban al grito de ¡Agua va!, lo que obligaba a apartarse con premura para eludir las aguas menores que se arrojaban desde ventanas y balcones. Curioso también el método empleado para calentar el agua de los baños. Asegura Rafael Villanueva que se utilizaban boñigas secas de burro y de caballo por su elevado poder calorífico.
Pero más allá de estas anécdotas, Granada es un caudal de historia en torno a un bien tan insustituible como es el agua, el elemento que tanto ha contribuido al desarrollo y bienestar de la ciudad.
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