De El Niño de las Pinturas ya se han contado mil y una cosas, casi todas buenas. El misterio del mensaje de algunas de sus obras callejeras es similar al que rodea a su persona, poco dado a las manifestaciones públicas -salvo cuando era inevitable y gozoso-. Lo que nadie podrá negar es que, como artista, es un alma libre e independiente, que hace lo que quiere cuando quiere y como quiere. Jamás deja una pared sin acabar, porque como buen artista es meticuloso y perfeccionista, pero nunca sabe cuál será su siguiente aventura. O cuánto va a durar: se fue a Nueva York para un par de semanas y por poco se queda. De la Gran Manzana ha vuelto a su casa del Realejo hace un mes, con una batería de anécdotas, coincidencias y conexiones. En Manhattan ha dejado su huella con grafitis de grandes dimensiones. Está acostumbrado a viajar con aerosoles, pero este no ha sido un viaje más. El círculo se termina cerrando desde la ciudad que nunca duerme hasta el barrio judío de Granada a través de sus pinturas.
Repasa las carpetas con imágenes y videos recién llegado a Granada, en una gran pantalla sobre el salón de su casa que se maneja a distancia con teclado y ratón inalámbricos. En la mesa hay dos vasos, un cenicero y un paquete de Camel. Suena de fondo algo oscuro y jamaicano (ragga, dub, dancehall, jungle, por ahí van los tiros), que pega con la escasa luz que se cuela por las persianas bajadas, evitando el impacto de un Sol de justicia. Cada hito en este viaje lo recuerda como una colisión estelar.
«Fui porque me invitaron un par de amigas a hacer un trabajo menor, iba a ser una escapada. Pero una vez allí surgían proyectos por todos lados, no paramos durante todo el tiempo que estuvimos allí…». Uno de los más destacados fue el realizado sobre una fachada en Manhattan, en el cruce entre las avenidas 13 y 1, sobre un edificio que se iba a derruir dos meses después -y por tanto, perfecto para el arte efímero del grafiti-. Dos manzanas más abajo hacía lo propio un colega suyo grafitero en Nueva York, Cern, también sobre un edificio ya en sus últimos días. Fue una acción entre los dos dentro del proyecto ArtBattles, que tiene por objetivo realizar arte en vivo y en público para recuperar de forma colorida el espacio urbano. De hecho, Cern es el campeón norteamericano de esta liga y Raúl el europeo.
«Entre unas cosas y otras se me acababa la posibilidad de alojamiento, porque una obra así no se hace en dos días; así que me quedé a vivir en el propio edificio abandonado, con permiso de los dueños», explica Raúl, ya que estaba en muy buen estado. «Al principio eran un poco reticentes porque creían que una batalla de graffitis implicaba que había un ganador y un perdedor, y que eso podía devaluar una de las dos fachadas; pero acabaron entendiendo que la batalla era contra la monotonía y el crecimiento urbano sin sentimiento».
El mural para la sesión de ArtBattles quedó bien, gustó a los propietarios y a los organizadores, y se estrenó con una fiesta. «Quería expresar transición, cambio, porque el edificio se iba a convertir en otro», explica el Niño de las Pinturas, y para ello recurrió a uno de sus leitmotivs, la maternidad, pero también, si uno se fija, a las fases de la Luna y hasta a la Sucesión de Fibonacci y a los símbolos clásicos de los cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua), todo colocado en un caos aparente, pero con todo el sentido del mundo, que para eso se hicieron bocetos previos.
Las cosas se fueron complicando. Llegaron graffitis con intención protesta, como el que le encargaron para el colegio de South Jamaica (Queens) al que pertenecía un chaval negro que fue abatido a tiros por la Policía. Y horas de aprendizaje e intercambio en el mítico estudio 5 Pointz de Queens, considerado la «Meca del graffiti» en la Gran Manzana, o el Succulent Studios de Brooklyn, compartiendo trucos y obras con con artistas de la talla de Sek3, Akira Beard, Stefano Alcantara, Werc, etc. Allí pintó un mural de 6 metros de altura que se presentó en el Governors Ball Festival de Randall Island (donde actuaban Florence and The Machine, Drake, Bjork, Ryan Adams, The Black Keys, Lana del Rey o Noel Gallagher, por citar algunos), que representaba a la Estatua de la Libertad mirándose a si misma sobre un vagón de un metro que se le enroscaba cual serpiente.
De ahí, llegó la conexión con Lara Bello, cantante granadina afincada ya en la Gran Manzana, a través de la cual se llegó a un acuerdo con un grupo de cineastas que estaban realizando un documental sobre la estancia de Lorca en Nueva York, y la idoneidad de estar en el sitio correcto en el momento adecuado hicieron el resto. Recibió el encargo, para dicho documental, de elaborar un gran mural sobre la fachada del hotel City Rooms NYC, de la calle Lafayette a la altura del Soho, a la entrada de Chinatown, que estuviera inspirado en los versos de ‘Poeta en Nueva York’. «Para ello me tuve que quedar alojado en el hotel, claro. Fueron muy amables, y estuvieron muy agradecidos con el trabajo». Ya se ha convertido en uno de sus murales más importantes.
El vuelo de vuelta, de esta forma, siguió retrasándose encadenando trabajos y conexiones, hasta que tocó volver. No obstante, hay un recuerdo menor (en tamaño) muy especial que allí se ha quedado fugazmente. Mientras Raúl residía en la casa designada por ArtBattles, se enteró de que en el Realejo una orden municipal había acabado con el gato naranja que lucía la fachada de El Gato Gordo, el local de microteatro de la Cuesta del Realejo, y había devuelto el color blanco a la pared.
«Me dolió bastante, no me lo esperaba. Y allí en la distancia decidí dejar al gato de nuevo», explica Raúl. En el patio interior de la casa, sobre una rejilla de juncos, volvió a pintar al gato naranja en Nueva York para quitarse la espinita. Esta vez dormido, y con la palabra «Realejo» firmada al lado. Allí puede que siga, pero no por mucho tiempo (el derribo).
Y más conexiones. Mientras hacía dicha pintura, aparece por allí un chico con su madre hablando perfecto castellano y confesándose admirador del trabajo del grafitero. Resulta que es del Realejo y también está en Nueva York, y con su cámara en mano deja en la red este impagable testimonio audiovisual:
«Nueva York es otra historia. Los artistas que viven allí pueden disfrutarlo, pero también es duro porque llegan desde otras ciudades del mundo dispuestos a trabajar gratis sólo por el escaparate que representa pintar en esa ciudad, y eso hace que la competencia sea mucha y difícil», dice Raúl, ya en Granada, con el disco duro lleno de cientos de fotografías y vídeos sobre este viaje de casi dos meses. Mientras, al otro lado del charco, los turistas se hacen fotos con ese Lorca de fondo, y el gato duerme por última vez a resguardo.
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El Niño de las Pinturas en Nueva York